La Revolución de Mayo y sus ideas

La Revolución de Mayo y sus ideas

La Semana de Mayo tiene dos días trascendentales, el Cabildo Abierto del 22 y la asunción de la Primera Junta del 25.  Ricardo de Titto, reconocido historiador y colaborador de “Caminos Culturales”, preparó en este aniversario una saga de cuatro entregas que motiva una reflexión central: ¿qué celebramos en esta fecha ineludible de nuestra historia?

Tercera entrega

Mayo, la revolución y sus ideas

Si tras la lectura del texto anterior persevera usted en continuar con esta saga, lo animo entonces a que me acompañe a recorrer… la  Revolución de Mayo. Pasamos así al segundo de los tres temas enunciados.

En Mayo no existía el proyecto de una “república argentina” sino un cúmulo de fenómenos que se reunieron para dar curso a una gran revolución, y las revoluciones, cuando se desatan, tienen destino imprevisible, incluso para sus propios actores que suelen verse superados o arrastrados por el devenir de los acontecimientos. La figura sobresaliente de Mariano Moreno, que siempre se destaca, lució durante solo nueve meses y Castelli, el otro que emergió como parte del ala “jacobina” de la revolución también morirá tempranamente, en octubre de 1812, luego de su campaña al Alto Perú. Nadie podía prever en 1810 tampoco que poco antes de esa trágica desaparición de dos dirigentes natos, solo dos años después de la revolución, llegaría a estas tierras un militar con la formación y el liderazgo de San Martín. Mientras Belgrano ordena el “Éxodo Jujeño”, el Paraguay inicia un camino independiente, Montevideo continúa en poder de los realistas hispánicos, Castelli convalece de cáncer en Buenos Aires y ve surgir el nuevo Regimiento de Granaderos a Caballo que, en septiembre, derrocó al Primer Triunvirato y reencaminó la revolución para poner en marcha la Asamblea del año XIII. ¿Algo de todo eso era previsible siquiera a finales de 1810?

Con el mismo criterio podemos mirar el escenario europeo ¿Acaso los franceses de 1802 o 1804 podían suponer que llegarían a invadir la península ibérica en 1808 y, cuatro años después, animarse a adentrar sus fuerzas en la estepa rusa y que, tras dominar casi todo el continente europeo con Napoleón como jefe, caerían derrotados en la década siguiente? Los galos disputaban la primacía con Inglaterra, pero luego de la batalla naval de Trafalgar será la corona de SMB la nueva “reina de los mares” modificando por completo el mapa mundial. Y, en relación más directa aún con “nuestra” historia americana, ¿acaso algún lúcido español de la corte borbónica podía siquiera imaginar aquel mismo año de 1804 que veinte años después “perderían” todos sus inmensos dominios americanos y el gran imperio de trescientos años desaparecería para siempre?

Nada está escrito en ningún plan misterioso del universo, todos los procesos son construcciones humanas y más aún en épocas pujantes como aquellos de las revoluciones industrial en lo económico y democrático-burguesa en lo político. En 1808 Francia invade España y la revolución juntista y americana se desata abriéndose entonces una verdadera Caja de Pandora que, en la América hispano-portuguesa mezcla propuestas monárquicas y republicanas, democráticas con autocráticas y federales o confederales con unitarias, entre muchas otras que avanzan trabajosamente buscando caminos con guerras civiles e internacionales que jalonan 50 años del siglo XIX, desde la Guerra con el Brasil en 1825 hasta la alianza con estos mismos imperiales para destruir al Paraguay en 1865 y con guerras civiles que inician enfrentando a Artigas y la Liga de los Pueblos Libres ya en 1814 y apenas concluyen con las derrotas de Peñaloza, Varela y López Jordán en 1860 y 1870. Si a estos últimos arrestos federalistas agregamos además los alzamientos bonaerenses de Mitre y Tejedor contra las sucesiones presidenciales de 1874 y 1880, arribamos a la presidencia de Julio A. Roca como la primera que –con la capitalización de Buenos Aires– pone en marcha la variante capitalista argentina del orden y el progreso típica del positivismo –con sus variantes en otros puntos del continente como el porfiriato mexicano o la misma bandera verdeamarela de Brasil– con la consigna de “Paz y administración”.

Pero retornemos a los años que sentimos como iniciales y rememoremos algunos de sus apellidos más relevantes elevando la mirada hacia toda la región subtropical. Azurduy, Padilla, Muñecas, Camargo,  O’Higgins, Andresito Guazurarí, Warnes –alzando la bandera blanquiceleste de Santa Cruz–, Pringles, Arenales y los altoperuanos presentes en julio de 1816 en Tucumán traduciendo la declaración de la independencia al quechua y al aimara, y en las aguas, los corsarios Brown y Bouchard  –de origen irlandés y francés respectivamente–, constituyen un amplio espectro de hijos de la revolución –americanos criollos, nativos o por adopción– que ofrendaron sus vidas para su consolidación y extensión como una gran nación independiente que no tenía claro ni sus límites territoriales ni sus futuras  formas de gobierno y organización política. Tanto es así que ya en 1820 se diluye la idea de un solo Estado nacional y los diversos cabildos del país –excepto el de Luján—constituyen “repúblicas” o estados autónomos.

Permanece así una visión americana de pertenencia común, sin otro plan claro que el de guerrear y derrotar a los monárquicos españoles. Esta impronta se rubrica con hechos: ¿qué hicieron San Martín, Las Heras, Pringles, Arenales y tantos otros en Chile, el Pacífico y Perú –Lavalle y sus granaderos llegaron hasta en Ecuador–; Belgrano, Güemes y Pueyrredón en Paraguay y “Bolivia” o el Paraguay… y Artigas, Alvear, Rondeau, como Paz y el mismo Lavalle después, en el Uruguay? Para evitar toda simplificación la lista debe incluir al liberal Rivadavia, que desde una elite ilustrada “importa” pensamientos ingleses, como a Rosas, López y Facundo, que suman un aporte de índole popular y acriollada a esa misma trabajosa y multiforme construcción republicana.

Una gran revolución

Sobreviene entonces reiterar un interrogante para responder al nudo de nuestro tema. ¿Acaso estas consideraciones restan importancia al 25 de mayo? ¡De ningún modo! Precisemos entonces el carácter de la Revolución de Mayo y su complejidad.

Los hombres de Mayo hicieron una gran revolución: política, porque pusieron fin al Antiguo Régimen monárquico y colonial; económica, porque abrieron definitivamente el comercio con el mundo; social, porque los criollos o americanos desplazaron a la casta de españoles peninsulares del poder; militar, porque entronca con una guerra de independencia continental y geográfica y demográfica –entendemos la geografía como una construcción humana– porque pone en movimiento y desplaza ejércitos y pueblos enteros definiendo nuevos espacios y migraciones. Pero es más que osado afirmar que estos grandes hombres que se pusieron una revolución al hombro hayan pensado en un “país” a futuro bajo formas republicanas y constitucionales. Más aún, varios de ellos sino la mayoría eran de profesada fe monárquica, aunque adhiriendo al modelo inglés muy en auge en aquellos años.

El 25 de mayo es una fecha de enorme significación histórica para el nuevo curso que adoptaron los acontecimientos en el Cono Sur de América. En Paraguay se buscó esa fecha –pero de 1811– para solidificar su autonomía; en Montevideo es aún la principal calle de la “Ciudad Vieja” y las respectivas independencias de Chile y Perú reconocen de algún modo la impronta de ese grito de libertad en su reconocimiento a la gesta sanmartiniana: sin duda y con esa perspectiva regional, la formación de la Primera Junta marca un hito que debemos celebrar. Pero, a fin de ser justos y aceptar las complejidades y meandros de la historia, precisemos que se trata del comienzo de una trabajosa y cruenta construcción republicana –sin retorno a los “viejo”, por cierto– que no estaba de modo alguno destinada de modo ineluctable a ser la actual República Argentina.  Eso es, sencillamente, lo que terminó pasando, pero no porque estuviera prescrito como un supuesto “destino manifiesto”.

En pocas palabras, no existen “ideas de Mayo”, más que en versiones muy genéricas y abstractas de libertad, igualdad, representación, democracia y de poner fin a un régimen de castas e inaceptables formas de explotación laboral y social, como la esclavitud de negros raptados en África y el servicio personal de aborígenes expropiados de sus tierras y costumbres. Mariano Moreno, que escribió artículos sobre la necesidad de una constitución a finales de 1810 fue, sin duda, el más “republicano” de esa generación y no por casualidad los “morenistas” –como Monteagudo o Dorrego y el mismo Artigas con sus peculiaridades– deberán dar batallas desde sus posiciones más radicales y serán desplazados de los puestos más importantes del nuevo poder. La mayoría de los “hombres de Mayo” se aferrarán a las ideas iluministas y reformistas en boga, aunque sosteniendo como modelo, el monárquico-parlamentario al estilo inglés, visto como garantía de “orden”, sobre todo desde la derrota de Napoleón en 1815 y la implantación de los preceptos cristianos de “justicia, caridad y paz” asegurado por la “Santa Alianza” de las coronas triunfantes sobre la Francia bonapartista. Sencillamente, tras el fracaso de la primera etapa de la revolución francesa, muy pocos en el mundo –a excepción de los Estados Unidos– creían firmemente en los principios democrático burgueses a los que se veía como “anarquizantes”.

San Martín, Belgrano y tantos otros fueron grandes porque cargaron sobre sus espaldas la guerra revolucionaria continental y no necesitan que falsifiquemos sus ideas y las mostremos más progresistas de lo que eran para que merecen todo nuestro reconocimiento. Sus “limitaciones” ideológicas son propias de la época en que les tocó actuar. Pero en la idea de tener jefes inmaculados de referencia suelen “blanquearse” un poco ciertos inconvenientes para el relato heroico. Repetimos: no lo necesitan. Como buenos iluministas Belgrano y San Martín fueron cultores del saber, de la educación, de las bibliotecas y la instrucción, plantearon reformas económicas modernas y trascendentales con visiones fisiocráticas y liberales y aborrecieron de las formas más inhumanas de postergación social y explotación de esclavos y aborígenes bregando por una mayor libertad e igualdad. Pero no fueron republicanos ni soñaron una democracia moderna. La guerra, por su propia dinámica de enfrentar a las monarquías española y portuguesa, los arrastró a posiciones independentistas y ya no hubo retorno. Es la lógica de toda revolución: las cosas van más allá de lo previsto incluso cuando sus líderes no se lo proponen.

Reafirmemos entonces la idea central que ha enunciado ya hace años J. C. Chiaramonte y que sostienen la inmensa mayoría de los historiadores profesionales: “Según un punto de vista generalizado en la historiografía latinoamericana, los proyectos de nuevos estados nacionales que se difundieron con la Independencia implicaban la existencia previa de una comunidad con personalidad nacional o en avanzado proceso de formación de la misma. (…) Se trata de un punto de vista que en el caso rioplatense resulta falso y que impide percibir el desconcierto que al respecto se manifestaba hacia 1810”.

Bien, lo central ya está planteado y me conformo con dejarlo pensando. Eso sí, les prometo que el “remate”, con la próxima y última entrega, será más breve.

Ricardo de Titto -escritor y editor de libros- 

Producción y crédito fotográfico: Caminos Culturales 

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