La Revolución de Mayo y el mito de los orígenes

La Revolución de Mayo y el mito de los orígenes

La Semana de Mayo tiene dos días trascendentales, el Cabildo Abierto del 22 y la asunción de la Primera Junta del 25.  Ricardo de Titto, reconocido historiador y colaborador de “Caminos Culturales”, preparó en este aniversario una saga de cuatro entregas que motiva una reflexión central: ¿qué celebramos en esta fecha ineludible de nuestra historia?

Parte I

Las preguntas iniciales y las escuelas de la historia

Todos los argentinos sentimos algo especial por el 25 de mayo. De alguna forma, de modo tácito, celebramos el “nacimiento de la patria”; sentimos ese día como una especie de fecha común de identidad de nuestra sociedad, suponiendo que desde entonces es así sin importar los enormes cambios que el país y su población haya sufrido en el trayecto. Y los discursos escolares nos fijaron –a los anteriores a nosotros, y a nuestros descendientes– esa idea de que “allí comenzó todo”. La Primera Junta –“primera”–  ayuda, por supuesto, a señalar ese carácter de inicio de la Argentina. ¿Es eso así?

La Revolución de Mayo y el mito de los orígenes

En el presente la mayoría de los historiadores sostenemos que es un error y que esa visión no es casual: se corresponde con la necesidad que tenían los primeros historiadores científicos del país –como Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López– de justificar una especie de historia preexistente que diera sentido a la nueva República Argentina como una “nación” heredera de una determinada tradición: el 9 de julio, las campañas de San Martín y Belgrano  –vinculadas a América y la Argentina, respectivamente–, la “época de oro” de Rivadavia y los fallidos intentos constitucionales de 1819 y 1826, la cruenta lucha entre unitarios y federales, para finalizar, tras la batalla de Caseros que depone a la “tiranía” de Rosas, con la constitución de 1853 y su reforma de 1860 son sólo eslabones de un destino único: la conformación definitiva de una nación. El presidente Mitre, que asume en 1862, redacta una historia con esta secuencia que le viene perfecto para justificar que Buenos Aires es la cabeza de esa nación previa, que incluye a las trece provincias que había por entonces.  ¿Es esto cierto? Podemos decir que sí y que no y argumentar desde ambas miradas, pero la realidad es que esa descripción responde a contar los sucesos con “el diario del lunes”. O sea, como el punto de llegada de una serie de luchas, crisis y construcciones variadas es la República Argentina, todo lo que lo antecede, en este caso desde 1810, es un antecedente que sus propios actores elaboraron cinco décadas antes para actuar en consecuencia –los directoriales de Pueyrredón, Güemes, Alvear y la Logia Lautaro primero, los rivadavianos y unitarios como los generales Las Heras, Paz y Lavalle y el almirante Brown después, y los exiliados de la Generación del 37 –Echeverría, Gutiérrez, Alberdi y Sarmiento entre otros– como sus ideólogos posteriores opuestos, todos ellos, a los “caudillos” –Artigas, Dorrego, Rosas, Quiroga, López, Bustos, Ramírez, Aráoz, Ferré y muchos de los gobernadores provinciales desde 1820–  acusados de ser responsables de la anarquía y de la demora en constituir la República por defender intereses autonomistas, sectoriales y regionales; por adherir a modelos políticos autoritarios y populistas o por ambas cosas.

La Revolución de Mayo y el mito de los orígenes

Este es el esquema que, palabra más o menos, gobernó la historiografía argentina hasta hace relativamente poco. Caracterizada como “historia oficial” o liberal, se le opuso a ella la historia la “revisionista” que, a pesar de criticar esa visión, mantuvo la misma idea de “buenos y malos”, solo que cambiando las figuritas y defendiendo a Dorrego, Rosas y el resto de los supuestos “federales” y condenando por “antipatrias” a los unitarios y/o porteñistas. Pero los revisionistas –como José M. Rosa, Jauretche, los hermanos Irazusta, Gálvez y, más recientemente Pigna y O’Donnell– tampoco cuestionaron al 25 de mayo como fecha de parto de la “nación”, como “fecha patria” y fundacional. Ambas escuelas simplificaron la historia de modo unilateral construyendo un discurso muy bien masticado para que se repitiera en los actos escolares y, en sus épocas, ayudara a que los hijos de inmigrantes se hicieran “argentinos” con una mochila común de la historia. Y, como estaba instalado así, se evitó complejizar la cuestión y verla de un modo que favoreciera la comprensión de su significado. Para todas las versiones lo inobjetable era el valor de las invasiones inglesas –el armamento de los “Patricios”, los hijos de la patria–, la revolución, la declaración de la Independencia, las figuras moldeadas por Mitre de San Martín y Belgrano en sus dos extensos trabajos biográficos e históricos, y, en adelante las versiones irreconciliables entre Rosas sí o Rosas no, y Urquiza sí o Urquiza no… hasta que la Constitución de 1853-1860 de forma a la siempre postergada “unidad nacional” y comienza la era constitucional. Los resquemores y ataque continuarán entre los “liberales” –que no lo son tanto– y los “nacionalistas” –que de verdaderos nacionalistas tienen muy poco– y así, se termina en esas dos falsas secuencias opuestas que tiñen a estas dos escuelas: la de Mayo-Caseros y la Revolución Libertadora, articulada por la defensa de democracia y la libertad, confrontada con la de San Martín-Rosas-Perón, asociada con el antiimperialismo, el orden y la defensa de lo popular.

La Revolución de Mayo y el mito de los orígenes

Pero volvamos a lo nuestro –Mayo como hito histórico y patriótico– que, como señaló recientemente el historiador Roy Hora, “es el kilómetro cero de nuestros relatos identitarios” porque, como acabamos de describir, “todas las tradiciones político-ideológicas que han dejado una marca en la vida pública abrazan su ideario y se identifican con su legado: la idea misma de nación independiente, de soberanía popular, de un ‘nosotros’ argentino que es artífice del destino nacional remite a ese suceso fundante”. Pero Hora alerta que “entre historia y memoria, entre reflexión sobre el pasado y narrativa identitaria, suele mediar una considerable distancia”. De acuerdo con él, por eso, “ante un nuevo aniversario de la creación de la Junta de 1810, vale la pena volver a interrogarse sobre el significado histórico de ese hito”.

Ricardo de Titto
Especial para Caminos Culturales
Crédito fotográfico:  Caminos Culturales    

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