La Revolución de Mayo y el mito de los orígenes: la Argentina, la Revolución y nuestra identidad

La Revolución de Mayo y el mito de los orígenes: la Argentina, la Revolución y nuestra identidad

Segunda entrega:

La Semana de Mayo tiene dos días trascendentales, el Cabildo Abierto del 22 y la asunción de la Primera Junta del 25.  Ricardo de Titto, reconocido historiador y colaborador de “Caminos Culturales”, preparó en este aniversario una saga de cuatro entregas que motiva una reflexión central: ¿qué celebramos en esta fecha ineludible de nuestra historia?

Tres aclaraciones imprescindibles: la Argentina, la Revolución y nuestra identidad

De estas tres aclaraciones en esta segunda entrega nos detenemos en una cuestión bien “histórica”: el nombre de “Argentina”, el sino de las “Provincias Unidas” y los mitos de origen.

I. La “Argentina” y un modo de pensar el pasado

Argentina es un nombre que se registra a lo largo de los tiempos desde los mismos años de la conquista y colonización del Río de la Plata y adyacencias. La primera mención es muy temprana cuando, en 1602, fue publicada Argentina y conquista del Río de la Plata con otros acaecimientos de los reynos del Perú, Tucumán (que incluye aún a Córdoba…), un poema épico escrito por el arcediano extremeño Martín del Barco Centenera que ya asocia el nombre con la zona litoraleña del Plata. Como es sabido, la pertenencia institucional y geopolítica ubicó a estas tierras como dependientes del Virreinato del Perú, con capital en la lejana Lima, lo que favoreció las autonomías relativas y las tendencias centrífugas de los porteños que miraban hacia el comercio atlántico. Esto fue así hasta 1776 cuando se crea el Virreinato del Río de la Plata.

Durante las invasiones inglesas los arribeños y otros destacamentos del Interior se reconocían como “americanos” y a ellos van dirigidos los manifiestos guerreros contra los “britanos”, como los firmados por Saavedra, jefe de los patricios, aunque, recobrando  esa identificación entre argentinos y porteños, Vicente López y Planes celebró el triunfo militar con un poema titulado El triunfo argentino y volverá a usar cinco veces el término en  la letra original de la Marcha Patriótica aprobada por la Asamblea del año XIII para culminar con el conocido “¡Ya su trono dignísimo abrieron las Provincias Unidas del Sud! / Y los libres del mundo responden: / ¡Al gran pueblo argentino, salud!” que subsiste en la versión que se usa desde 1900: las “Provincias Unidas” están habitadas por “argentinos”.

Entonces, en los años inmediatamente posteriores a la Revolución de Mayo, la denominación que se utilizará desde el punto de vista institucional será el de Provincias Unidas del Río de la Plata o, como se afirmó en el Congreso de Tucumán de 1816, “Provincias Unidas en Sudamérica”, con una clara proyección continental que sostiene e impulsa las campañas en territorio altoperuano de Belgrano y las Republiquetas, como la empresa sanmartiniana hacia Chile y Perú. La “Argentina”, sin embargo, sigue como un nombre con presencia sinuosa y poco clara –nadie podría entonces definir sus límites territoriales– e identifica, por ejemplo, al navío con el que Hipólito Bouchard realizó la guerra de corso en los más variados mares del mundo logrando, incluso, el primer reconocimiento –de hecho– de la independencia de las Provincias Unidas por parte de un gobernante extranjero, el rey Kamehameha I de Hawái. Mientras las dos constituciones fallidas de 1819 y 1826 son también de las “Provincias Unidas”, los años rivadavianos de la “feliz experiencia” bonaerense se vieron iluminados por nuevas publicaciones, una de ellas fue La lira argentina, o Colección de las piezas poéticas, dadas a luz en Buenos Aires durante la guerra de su Independencia que se editó hacia 1824. Desde 1831, con el Pacto Federal toma forma una confederación de estados soberanos –posteriores provincias con sus respectivas constituciones y poderes públicos propios– que delegaba la representación exterior y algunos otros poderes en el gobierno de Buenos Aires hasta 1852 y en el presidente Urquiza hasta 1861. De modo que, en cuanto a “nombres oficiales” el de la República Argentina, conforme al artículo 35 de la Constitución Nacional, solo es una denominación que define una entidad desde la presidencia de Bartolomé Mitre de 1862, denominación que se suma a las otras válidas y aún vigentes: Confederación Argentina, Nación Argentina y Provincias Unidas del Río de la Plata.

Lopez y Planes, Vicente

¡Cinco décadas de guerras exteriores y civiles hasta que la “República Argentina” puede definitivamente definirse como tal!, aunque, incluso entonces, sus límites geográficos son más que ambiguos y la frontera respeta aún inmensos espacios aborígenes en la Pampa, la Patagonia y el Chaco aceptando incluso la existencia del “País de las Manzanas” y la “Confederación de las Salinas Grandes”. Por lo tanto –nuevo enlace geohistórico–, será recién hacia 1884, con la presidencia de Roca y terminada la “Campaña al desierto” y avanzando el ejército nacional sobre el Chaco y el Impenetrable, que la “República Argentina” se parecerá bastante en su dibujo al territorio que identificamos como tal durante el siglo XX y después.

Borges decía que Sarmiento era “el primer argentino” porque antes, el territorio, en su sutil descripción, era “un incompatible mundo heteróclito de provincianos, orientales y porteños, Sarmiento es el primer argentino, el hombre sin limitaciones locales”.

La reflexión de Borges se condice con la de otro gran intelectual americano del otro extremo del continente, el mexicano Octavio Paz, que prefería hablar de singularidad y no de nacionalidad mexicana, como destaca José Carlos Chiramonte “a la que no consideraba aún existente en el siglo XVIII” y que nace de un pasmoso sincretismo: “fundamentos del derecho a la independencia, la identidad entre Quetzalcóatl y el Apóstol Santo Tomás”. O sea: si se quiere buscar raíces de una nación uno puede rastrear, en el pasado casi sin límites de tiempo. “Los historiadores han interpretado todo esto como una suerte de prefiguración del nacionalismo mexicano. (…) Dentro de esta perspectiva los jesuitas Sigüenza y Góngora y hasta Sor Juana Inés de la Cruz serían los ‘precursores’ de la Independencia mexicana. Convertir a una poetisa barroca en un autor nacionalista no es menos extravagante que haber hecho del último tlatoani [guerrero] azteca, Cuauhtémoc, el origen del México moderno. Estamos en presencia no de un nacionalismo artístico –invención romántica del siglo XIX– sino de una variante, ricamente original, de los estilos imperantes en España al finalizar el siglo XVII”. Octavio Paz destaca entonces que los mexicanos –muy “nacionalistas, por cierto– gustan buscar aspectos de identidad muy antiguamente: “ya desde el siglo XVII, (se invoca) a una conciencia mexicana independiente, al punto de concluir que desde tan temprano momento los mexicanos habían adquirido una propia identidad política y cultural, así como de hecho una independencia económica y militar”.

Con una perspectiva muy semejante, en nuestro caso, la idea de que “la nación se hallaba prefigurada desde tiempos coloniales” fue sustentada, curiosamente, durante casi todo el siglo XX por los constitucionalistas profesores de la cátedra de Derecho Constitucional de la facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Y entonces, “nuestra” historia es la del Virreinato del Río de la Plata y la del Virreinato del Perú y la de los pueblos originarios vivientes en ese territorio… pero entonces… ¿cuándo y dónde empieza la historia de Bolivia, el Paraguay, el Uruguay… y cuál la del oeste de Brasil –por ejemplo, las misiones orientales y los gaúchos de Río Grande–, y las de Chile y Perú?

De resultas de estas miradas, el devenir del surgimiento de repúblicas es lo “natural” –“estaba en el orden de las cosas”, se decía desde los espíritus románticos del siglo XIX y en la visión hegeliana, una idea que sobrevuela el tiempo y se consuma en algún momento– y entonces los resultados explican los inicios. La pregunta (o las preguntas), que se hace muchísimo más compleja en término de sociedades en movimiento, es: ¿qué se mantiene?, ¿qué hay del origen?, ¿qué predomina?, ¿qué cambió? Como dice Octavio Paz sería claramente extravagante indicar que en los tatarabuelos viven ya los choznos, porque, incluso antes de que se conocieran, ya tenían una identidad común que se corporizará en todas las variedades y mixturas generadas y fruto de seis u ocho o diez o más generaciones. El mismo Borges bromeaba con Sábato diciéndole que todos los “argentinos” … somos, al fin, hijos de Garay.

Nuestra deconstrucción de la historia debe atender a esta falsa forma de pensar en el que los resultados están predichos por alguna “idea superior” –como algunos historiadores llaman al supuesto y, según ellos, inmanente “ser nacional”– y comprender que los procesos sociales son construcciones humanas nunca previstas del todo y muchas veces ni siquiera en parte. La “Argentina” estuvo en guerra con el Brasil entre 1825-1828, tomó parte en la guerra contra la Confederación Peruano-boliviana entre 1836 y 1839, participó de la “Guerra Grande” en el Uruguay entre 1839 y 1851 y, finalmente, fue lamentable artífice de la guerra contra el Paraguay entre 1865 y 1870. Lo curioso es que en la primera de ella se vanagloriaba de ser el ejército “republicano” que enfrentaba a los imperiales y monárquicos brasileños… y en la última forjó una horrible alianza con esos mismos imperiales y esclavistas de Pedro II para exterminar al Paraguay. ¿Esta sucesión de guerras exteriores estaba prevista en algún lado para delinear la definitiva geografía de nuestra república?

En los nuevos mitos en boga desde hace unos años algunos historiadores se permiten agregar a ese “pasado glorioso” a las culturas prehispánicas –varias de ellas desaparecidas por completo como los selknam, los comechingones y los charrúas– sin diferenciar matices entre ellas y de un modo –nuevamente– de existencia romántica e ideal. Las naciones y los Estados son conclusiones de “identidades étnicas” y, así, confusamente la “Argentina” sería una heterogénea y extraña y atemporal combinación de herencias del Tahuantinsuyu –el imperio inca que abarcaba desde Ecuador hasta Neuquén antes de la llegada de los europeos–, los pacíficos guaraníes litoraleños, las córdobas y saltas católicas y jesuíticas, las tribus nómades mapuches provenientes del otro lado de la cordillera, la inmigración primero anglofrancesa y luego ítalo-española, galesa, sirio libanesa, judía-rusa, armenia, polaca, japonesa, etc., la Buenos Aires cosmopolita, y de una Patagonia indómita y por mucho tiempo incógnita a la que se suma la indudable soberanía sobre el archipiélago malvino y una porción de la Antártida y las crecientes colonias de países americanos limítrofes y venezolanos exiliados. La historia es movimiento, es cambio, es tensión y contradicción: las lecturas lineales son inevitablemente simplistas.

Entonces, y mirando la historia con algo de sentido común… ¿todo eso nació el 25 de mayo de 1810, con el grito de autonomía y una Primera Junta integrada… por mayoría de americanos? De modo evidente suena más que forzado este “diario de un lunes” … que no es el del próximo lunes y, por lo tanto, no nos prepara para el futuro.  La “Argentina”, como república no estaba diseñada por Del Barco Centenera o Garay ni por los “patricios” de Saavedra, no puede reconocerse en los poemas “argentinistas” de Vicente López y Planes… y tampoco puede afirmarse que “comenzó” con la Primera Junta de Gobierno cuyo nombre completo fue, recordémoslo, “Junta Provisional Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata a nombre del Señor Don Fernando VII”, el rey cautivo de España.

Ricardo de Titto
Especial para Caminos Culturales
Crédito fotográfico: Caminos Culturales 

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