Belgrano, el ilustrado jefe del Consulado

Belgrano, el ilustrado jefe del Consulado

Si entre 1776 y 1777 se instaló el Virreinato del Río de la Plata, otro paso decisivo se dio en 1785 cuando Buenos Aires se convirtió en sede de la Audiencia y un tercero cuando en diciembre de 1793 Manuel Belgrano –apenas retornado de sus estudios en España–es designado secretario del Consulado de Buenos Aires cuya cédula de erección se fechó en Madrid el 30 de enero de 1794.

Marzo de 1802 

Esa posición le permitirá a Belgrano difundir sus visiones liberales y fisiocráticas que promovían el desarrollo de la región con base en la modernización capitalista y mercantil de la región. De 1794 a 1810 sus memorias anuales –un deber anejo a su cargo según la Real Cédula de Erección– reúnen proyectos para fomentar la agricultura, el comercio y la navegación, la introducción de industrias, la construcción de cami­nos y el establecimiento de escuelas. En su Autobiografía Belgrano precisa que “Al concluir mi carrera por los años de 1793, las ideas de economía política cundían en España con furor, y creo que a esto debí que me colocaran en la secretaría del Consulado de Buenos Aires”. En efecto, los nuevos aires producidos por las revoluciones triunfantes en Estados Unidos y Francia repercutieron fuerte en una España católica y conservadora que se vio obligada a comenzar un camino de modernizaciones, que serán conocidas como las “reformas borbónicas”: intentando aggiornarse a los tiempos nuevos de la modernidad y superar su atraso productivo relativo –en relación a las nuevas potencias emergentes– Carlos III y Carlos IV se rodearon de personajes ilustrados. Algunos de ellos, como el todopoderoso «primer ministro» de Carlos IV, Manuel Godoy, impulsaron un giro completo a su política respecto de la Francia revolucionaria y se aliaron con ella, lo que provocó la primera guerra con Gran Bretaña –entre 1796 y 1802– que supuso otro duro revés para el gobierno de Carlos IV y provocó una severa crisis de la Hacienda Real.

Entre otras novedades, el reformismo borbón autorizó a otros puertos, además del de Cádiz a donde en 1717 se había trasladado la Casa de Contratación de Sevilla, a comerciar directamente con América, primero con las Antillas, en 1765, y después —por vigencia del Reglamento de libre comercio de 1778– con toda América. En ese clima, el joven Manuel Belgrano señala: “Cuando supe que tales cuerpos en sus juntas no tenían otro objeto que suplir a las sociedades econó­micas, tratando de agricultura, industria y comercio, se abrió un vasto campo a mi imaginación, como que ignoraba el manejo de la España respecto a sus colo­nias, y solo había oído un rumor sordo a los ameri­canos, de quejas y disgustos, que atribuía yo a no haber conseguido sus pretensiones, y nunca a las in­tenciones perversas de los metropolitanos, que por sis­tema conservaban desde el tiempo de la conquista”. Una idea de “independencia relativa” de las colonias –o provincias, como se las llamaba también dado que por entonces todos eran “españoles”– comenzaba a fraguar ante la persistencia del centralismo monárquico que, en esencia, continuaba oprimiendo a las producciones americanas. 

El disgusto de Belgrano se hizo explícito y la impresión que sus congéneres y colegas en la gestión del Consulado causó en el joven cónsul fue notable: “No puedo decir bastante mi sorpresa cuan­do conocí a los hombres nombrados por el rey para la Junta, que había de tratar de agricultura, industria y comercio, propender a la felicidad de las provincias que componían el Virreinato de Buenos Aires; todos eran comerciantes españoles; exceptuando uno que otro, nada sabían más que su comercio monopolista, a saber, comprar por cuatro para vender por ocho con toda seguridad; para comprobante de sus conocimientos y de sus ideas liberales a favor del país, como su es­píritu de monopolio para no perder el camino que tenían de enriquecerse, referiré un hecho con que me eximiré de toda prueba”. Y apunta: “Por lo que después he visto, la Corte de España vacilaba en los medios de sacar lo más que pudiese de sus colonias, así es que hemos visto liberales e iliberales a un tiempo, indicantes del temor que tenían de perderlas; alguna vez se le ocurrió favorecer la agri­cultura, y para darle brazos, adoptó el horrendo comercio de negros y concedió privilegios a los que lo emprendiesen: entre ellos la extracción de frutos para los países extranjeros.

”Esto dio mérito a un gran pleito sobre si los cueros, ramo principal del comercio de Buenos Aires, eran o no frutos; había tenido su principio antes de la erec­ción del Consulado, ante el rey y ya se había escrito de parte a parte una multitud de papeles, cuando el rey para resolver pidió informe a dicha corporación; molestaría demasiado si refiriese el pormenor de la singular sesión a que dio mérito este informe; ello es que esos hombres destinados a promover la feli­cidad del país, decidieron que los cueros no eran frutos, y por consiguiente no debían comprenderse en los de la gracia de extracción en cambio de negros.

”Mi ánimo se abatió, y conocí que nada se haría en favor de las provincias por unos hombres que por sus intereses particulares posponían el del común; sin em­bargo, ya que por las obligaciones de mi empleo po­día hablar y escribir sobre tan útiles materias, me propuse al menos, echar las semillas que algún día fuesen capaces de dar frutos, ya porque algunos esti­mulados del mismo espíritu se dedicasen a su cultivo, ya porque el orden mismo de las cosas las hiciese germinar.

La primera “Memoria”…

La primera Memoria que leyó don Manuel, titulada “Medios generales de fomentar la Agricultura, animar la industria y proteger el Comercio en un país agricultor”, da una visión sobre la amplia gama de sus intereses. En ella se habla de abonos, semillas, escuelas de náutica y dibujo, de matemáticas y comercio, de establecimientos para la enseñanza de las técnicas del hilado y creación de escuelas para hijos de campesinos, enfatizando en la formación de las niñas, algo realmente inusual por entonces y que trasunta puntos de vista de avanzada para la época. Cuando propicia “premios para fomentar la agricultura, artes y comercio” –según consta en el acta del 17 de julio de 1798– propone una variedad de temas que nos reiteran su amplitud de miras y el importante lugar que había conquistado el Consulado, bajo su dirección, en lo referido al desarrollo de la economía local y otros aspectos conexos, como la educación, el periodismo… y la política, una palabra que, en la Colonia, tenía connotaciones bien distintas a las actuales. En efecto, entre los temas a premiar figuraba la introducción de nuevos cultivos, la deforestación, los medios para tener aguadas permanentes, el combate a la erosión, exterminio de los perros cimarrones, protección de los cueros de la polilla, entre otros.

Sus preocupaciones eran múltiples, desde caminos y puertos a faros, escuelas de comercio, supresión de gravámenes, simplificación de trámites, rotación de cultivos, difusión de folletos con métodos agrícolas, rotación de cultivos, abonos, temas de transporte y náutica. Impulsando la educación y, en perspectiva, la industria local, Belgrano funda las escuelas de Geometría, Arquitectura y Náutica: “Las más sabias legislaciones jamás separaron a la Agricultura del Comercio; a ambas dispen­saron igual protección. Sin recompensa no hay talento, porque es su principio, y su móvil. El genio, para sobresa­lir, necesita de la emulación, y sólo se excita con la recompensa” Y concluye: “Es preciso adornar el alma con conocimientos”.

Éstas fueron las significativas palabras de apertura de la Memoria de 1798 titulada “Agricultura, comercio e instrucción”. Cada oración precisa con exactitud las intenciones de su relator. Por ello, los hacendados, aliados a la política del sector ilustrado, lograron, en 1797, incorporarse al Consulado con una representación equitativa con los comerciantes. Los funcionarios del Consulado, los más importantes comerciantes, serán, a la vez, miembros conspicuos de una nueva élite dirigente que madura. Pero cada paso que se daba debía vencer resistencias. En el discurso pronunciado por Belgrano el 13 de marzo de 1802 con motivo de la distribución de premios a los alumnos más sobresalientes de la Academia de Náutica destacó: “¿Y quién de vosotros es el que duda que esta Academia ha sido establecida por este Real Consulado, que él la fomenta y la sostiene? ¿No es ella el cimiento de una obra benéfica a la humanidad? Vosotros lo sabéis, sí, sabéis que de aquí van a salir individuos útiles a todo el Estado y en particular a estas Provincias: sabéis que ya tenéis de quien echar mano para que conduzca vuestros buques; sabéis que con los principios que en ella se enseñan tendréis militares excelentes; y sabéis también que hallaréis jóvenes que con los principios que en ella adquieren, como acostumbrados al cálculo y a la meditación, serán excelentes profesores en todas las ciencias y artes a que se apliquen, porque llevando en su mano la llave maestra de todas las ciencias y artes, las matemáticas, presentarán al universo, desde el uno al otro polo, el curso inmortal de vuestro celo patrio”.

Y el periódico…

Para completar una política de difusión faltaba que se publicaran periódicos. Desde 1801 Belgrano auspicia la salida de los dos primeros, el Telégrafo Mercantil –de vida efímera – y el Semanario de Agricultura, más perdurable, dirigido por Hipólito Vieytes. En sus páginas Cerviño podía escribir de astronomía, náutica o meteorología, brindar estadísticas sobre el clima porteño (por ejemplo clasificando las jornadas para determinar que en 1805 hubo 114 días claros, 231 nublados, 98 de lluvia y 23 de truenos y relámpagos) o reproducir los discursos de Belgrano en la Academia y la población podía enterarse de estado de la ciencia … y curar a los enfermos de gota con la infalible receta descubierta por míster Cadet de Vaux: tomar 48 vasos de agua caliente en medio día. En ambos periódicos se registrará la delicada pluma de don Manuel.

El fundador del Telégrafo Mercantil, Francisco Antonio de Cabello y Mesa, había solicitado también autorización para fundar una Sociedad Patriótica, Literaria y Económica. Los nombres que agrupó son elocuentes: Juan José Castelli, Bernardino Rivadavia, Cosme Argerich, Antonio José Escalada, Pedro Cerviño, Miguel O’Gorman, Miguel de Azcuénaga, Gregorio y Ambrosio Funes, Manuel Belgrano, fray Cayetano Rodríguez, Julián de Leyva…, la flor y nata de las nuevas ideas del Plata. Y ya que nombramos al doctor Castelli, destaquemos que, desde 1796, por expreso pedido de Belgrano, había sido designado para que lo supliera en su cargo de secretario del Consulado durante todas sus ausencias. Desde entonces fragua una pareja de extraordinaria importancia para la vida del virreinato, punto de referencia obligado en cada hecho importante de la década siguiente. Belgrano y Castelli serán poco tiempo después, artífices decisivos dela gran Revolución de Mayo. La confianza entre estos primos se había cimentado en años de trabajo en equipo.

La meritocracia, según Belgrano

Los merecedores de premios para fomentar la agricultura, artes y comercio eran:
1. Al labrador que haya introducido un nuevo cultivo provechoso;
2. Al que haya establecido una huerta y monte de frutales en el Puerto de Ensenada de Barragán;
3. Medios que deben adoptarse para hacer grandes plantaciones de árboles útiles dentro de la jurisdicción de la Capital;
4. Modos de tener aguadas permanentes en la campaña;
5. Método fácil y poco costoso de exterminar los perros cimarrones;
6. Cómo preservar los cueros de la polilla;
7. Estado de la población de cualquier provincia del virreinato, con preferencia la provincia de la Capital, con distinción de clases, ocupaciones, cultivo, industria, consumos, etc.
8. Para todos los temas se fija un precio de cincuenta pesos, excepción hecha del 6 al que se le otorgará quinientos pesos, amén de una pensión vitalicia.

Ricardo de Titto
Crédito fotográfico: Caminos Culturales

1 Comentario

  1. Roberto - 27/06/2023

    Interesante nota, enriquece el conocimiento acerca de la trayectoria del importantísimo prócer de la patria

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