Finisterre –“el último lugar de la tierra”– nos invita a realizar un viaje de contemplación de la obra del escultor Roberto Perea quien dedica su arte a crear símbolos que unen y convocan a los peregrinos del Camino de Santiago de Compostela.
Perea utiliza madera, cerámica y combina los colores que nos regala la misma naturaleza que, en este caso tan especial, nos refresca con sus olas que sin cesar golpean la costa de Finisterre, en Galicia y donde el confín del mundo se muestra para conmover nuestros sentidos. El artista elegido por Caminos Culturales, comentó el modo en que realiza su trabajo en la casa taller del barrio de Flores, en la ciudad de Buenos Aires: “Desde hace más de un siglo el Camino Francés es el más antiguo y transitado de los que conducen a la Catedral de Santiago de Compostela, y es donde se encuentra depositado el sepulcro que guarda los restos de Santiago Apóstol; el templo es visitado permanentemente por infinidad de personas.
El “Kilómetro Cero”, final del Camino de Santiago –y nuevo principio para los regresos–, comentó “concluye en un mar violento y descontrolado al que los romanos en el siglo ll a.C., denominaron Finisterre, o sea, fin de la tierra. En un día soleado o quizás más nublado, el Océano Atlántico y el Mar Cantábrico producen su encuentro en un aguas embravecidas y tenebrosas; a este punto se lo conoce como Costa de la Muerte por la cantidad de naufragios ocurridos y es considerado el sitio marítimo de mayor cantidad de accidentes en todo el mundo.
¡Qué imagen tan bonita nos produce el atardecer, mientras las aguas devoran la luz del sol en un dantesco espectáculo donde concurren y se mezclan los profundos azules del mar y los encendidos rojos del sol! “Los romanos consideraban que a partir de allí no podía existir nada más” afirmó Perea mostrando su ola lista para elevarse al cielo: su perfecta definición en matices que la hacen fresca y cantarina.
El Camino nos lleva desde la Cordillera de Los Pirineos, Iglesia de Roncesvalles, frontera natural entre España y Francia que se levantó a principios del siglo XIII, hasta Finisterre, La Coruña, Galicia, en el extremo noroeste de España, recorriendo una distancia de casi mil kilómetros. Se estima que ese recorrido demandaría más de tres largos y agotadores meses.

Más cuanto se llega al lugar elegido, los peregrinos celebran con algarabía haber logrado alcanzar la meta y como ofrenda queman sus botas y algunas pertenencias arrojando las cenizas al mar adonde también bañan sus cuerpos y empapan su piel con la espuma volátil y salobre.
Roberto Perea une con su obra al “lugar más alejado del mundo” y lo acerca como premio a la proeza de haber alcanzado el desafío: “Es un homenaje a los peregrinos que, a través de una serie de esculturas alegóricas, he denominado “Olas del Fin de la Tierra” donde se destacan en la cresta de las olas, afilados colmillos como expresión de la bravura del mar en esos confines”. Agrega entonces la forma en que construye estas obras de modo de ilustrar a los lectores sobre los modos de trabajo y las concepciones subyacentes: “Cuando decidí esta serie de esculturas de ‘Las Olas del Fin del Mundo’ supuse que serían tres, todas ellas de un tamaño considerable por cuanto lo relaciono con la magnitud espectacular, impresionante y majestuosa de este lugar, allí, en ese punto donde termina el Camino de Santiago de Compostela –el tradicional y el más antiguo de todos ellos–, con su emblemático kilómetro Cero. Respecto de los materiales utilicé materiales livianos para posibilitar su traslado. Por ejemplo, la última escultura mide 60 cm. de altura, y tiene 50 cm. de ancho y 80 cm. de profundidad. Los colores son esmaltes que buscan aproximarse a la gama de tonalidades de las enormes olas que dominan este sitio. Cuando los peregrinos arriban a los mil kilómetros de peregrinaje recién pueden ver el mar al llegar, lugar que es el eterno camino del sol que transita desde los Pirineos y se sumerge y es devorado por endemoniadas, oscuras y turbulentas aguas allí, como señalé ya, donde se embisten el Océano Atlántico y el Mar Cantábrico
En esta oportunidad –rubrica– presento la segunda escultura de la serie y espero contar con el beneplácito del público amigo, tanto como disfruté de nuestro anterior encuentro”.
Patricia Ortiz
Corrección: Ricardo de Titto
Crédito fotográfico: Roberto Perea