El Museo Histórico de la Salud Mental Dr. José T. Borda, un espacio que narra la locura

El Museo Histórico de la Salud Mental Dr. José T. Borda, un espacio que narra la locura

Entrevista a la Licenciada María Teresa Margaretic, museóloga de la Comisión Nacional de Monumentos, Lugares y Bienes Históricos, y responsable del diseño y montaje del Museo Histórico de la Salud Mental —más conocido como “Museo Borda”—, y al Lic. Carlos Dellacasa, director del Museo. El espacio fue presentado en sociedad durante la Noche de los Museos 2018  y participó también del Día Nacional de los Monumentos 2019, aunque a día de hoy se considera, todavía, un museo en construcción.

C. C: ¿Cuándo nació el Museo? 

C.D: El museo nació en 1986 en el hospital y tuvo más bien circulación interna, lo visitaban estudiantes y profesionales, pero no tenía una estructura sistematizada. Al hacer un racconto de su historia caímos en la cuenta de que hubo en su momento una comisión designada para hacerse cargo del espacio y que fue una iniciativa de algunos profesionales: el médico José María González Chávez y Jacinto Orlando fueron quienes le dieron cuerpo de manera informal y duró el tiempo que ellos estuvieron en el hospital, luego quedó a la deriva.

Maria T. Margaretic

C. C: ¿Cómo llegó usted a la dirección?

C. D: Cuando el hospital cumplió 150 años propuse recuperar el museo y trasladar los objetos a un lugar acorde. Me asignaron la tarea de dirigirlo sin tener recursos. Así comencé. Fui a distintos lugares, primero a la Comisión Nacional de Monumentos, Lugares y Bienes Históricos —presidida por la Lic. Teresa Anchorena—. Luego, junto al arquitecto Eduardo de Bianchetti encaramos las primeras peticiones para arreglar el espacio asignado para el nuevo museo, aunque el trabajo concreto empezó cuando trasladamos  los preparados científicos del edificio del Laboratorio porque ahí corrían peligro. El Laboratorio es un edificio ubicado en el predio del hospital y declarado Monumento Histórico Nacional en 1999, por lo que tuve que solicitar autorización a la Comisión para hacer el traslado, para lo que conté con el asesoramiento de profesionales del área de museología. Así concretamos el proyecto para el nuevo museo, que hasta ese momento funcionaba en un pasillo, como si fuera una especie de sala de exhibición preliminar. En la Noche de los Museos del 2018 inauguramos la sala permanente, que todavía se encuentra en construcción y cuyo guión museográfico está actualizando la Lic. María Teresa Margaretic.

Colaborador Nacho Legari Conservador- Taxidermista

C. C: María Teresa, ¿cuál fue su primera impresión al llegar al museo?

M. T: Cuando entré por primera vez con mi colega, la Lic. Marcela Asprella, a instancias del arquitecto De Bianchetti estaba todo en construcción: montículos de arena, pedregullos, ladrillos, paredes en demolición, partes de pisos levantados… era una imagen desoladora. En cuanto a lo que Carlos llamaba ‘colección’, estaba todo en cajas de cartón y madera. Recuerdo haber pensado: “en dos años nos veremos cuando termines la obra de reciclado del sitio”. Y así fue. Un día Carlos vino a la Comisión Nacional y me preguntó si podíamos trabajar en el Museo Borda. No había nada, ni siquiera la colección museográfica. Ahí comenzó el desafío. En el 2017 se habló de convenio y en principio se formaron dos grupos: por un lado, las colegas del Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti, licenciadas Verónica Jeria y Verónica Straffora, quienes realizaron el guión museológico; por el otro, algunos alumnos de la Escuela Nacional de Museología —como Juan Carlos Mascheroni, Libertad Pichinini, que continúa trabajando, Magdalena de Ferrari— y yo.

C. C: ¿En qué consiste la colección?

C. D: Gran parte de la colección que se expone actualmente no es la original, a medida que empezó a circular la idea del museo fue apareciendo el material que Teresa se encargó de poner en valor, material del depósito de los internados que estaba arrumbado, objetos de personas que estuvieron internadas en el hospital y fallecieron. Mucha gente se involucró y trabajó para que todo esto llegara al actual museo. Por otra parte, los objetos pertenecientes al antiguo museo —que cerró en el año 2004— estaban olvidados y en pésimas condiciones. Yo recuperé, por ejemplo, una imprenta antigua de fines del siglo XIX que es una de las pocas que se encuentra intacta  a pesar de todo.

Silvana Di Lorenzo integrante del equipo

C. C: ¿Qué interés despierta el Museo en los visitantes?

C. D: La gente muestra mucho interés en el hospital. Las enfermedades, la locura y la muerte son tres cuestiones que los sujetos se plantean ante su existencia, de la misma manera que la producción literaria o la música tienen un afán de trascendencia.  El museo es la puerta de entrada al misterio de la locura para quienes no han tenido ningún problema de este tipo o para quienes se acercan al hospital a hacer consultas y tienen o han tenido algún problema de salud mental o algún pariente internado. La locura siempre produce cierto temor.

M. T: Quisiera agregar que, en cierta manera, estas tres cuestiones nos igualan. He encontrado objetos caros, como un reloj de bolsillo Longshin, sinónimo de status social y objetos de distintas épocas —del 30’, 40’, 50’ y 70’—, algunos de buena manufactura y otros de muy mala, objetos que denotaban la clase social de su dueños, personas que en el hospital estaban igualadas por la locura o la enfermedad.

Carlos Dellacasa trabajando en los soportes de exhibición

C. C: ¿Y cómo se cuenta ese misterio de la locura a través de los objetos?

M. T: Los objetos personales de los internos dan mucha tristeza y energía a la vez. Mientras los limpiaba  día a día, con barbijo y guantes, pensaba en cómo habían llegado hasta ahí, qué problemas habrían tenido esas personas… Encontré cartas personales, fotos, billeteras, gemelos, máquinas de afeitar, cepillos, navajas, permisos de estadía con sello lacrado y pasaportes de distintos países, lo que reafirma la tan conocida frase “Somos un crisol de razas”. Preguntarse qué les pasó para llegar a este lugar es el punto de partida para la tercera etapa, la búsqueda de esas historias, la mayoría historias de inmigrantes. Sin embargo, hay muchas cosas que los objetos no  pueden transmitir y uno necesita escuchar a Carlos para tener, por ejemplo, cierto conocimiento del psicoanálisis. Los objetos en sí son fríos y hay que saber explicarlos, comunicarlos. El chaleco y los elementos del electroshock son los que más  llaman la atención a los visitantes y están entre los objetos icónicos del hospital. En las visitas guiadas, Carlos mantiene el relato que elaboró para la primera muestra, para el pre-museo, ya que está muy armada y consiguió combinar la historia del hospital con las nociones básicas del psicoanálisis.

C. C: ¿Podría decirse entonces que se asocia al Borda con los chalecos de fuerza?  

C.D: El chaleco es el instrumento que marca el pasaje de la locura del terreno de lo jurídico al terreno de la medicina, fue un invento alternativo al encadenamiento a las paredes. Antes de la creación de los asilos, a los locos se los trataba como delincuentes o incluso peor, porque se los ataba a las paredes. Fue Philippe Pinel, un psiquiatra francés, quien dio el paso inicial para transformar los tratamientos ya que, de alguna manera, liberó a los locos de las cadenas. Los chalecos de fuerza que ideó Pinel se utilizaban en aquellas personas que padecían problemas de agitación a causa  de  su salud mental e impedían que se lastimaran a sí mismos o a otros. Durante las visitas guiadas lo que hacemos es contextualizar estos métodos de intervención que hoy en día pueden parecer tremendos. También es importante mencionar que los hospitales relacionados con la salud mental siempre estuvieron marginados, relegados, si los comparamos con el corpus de la medicina en lo asistencial, porque los mecanismos psíquicos no obedecen a las alteraciones biológicas que sí puede detectar la medicina general. El prejuicio sobre la locura, sobre el comportamiento impredecible del paciente con alteraciones mentales lo arrastramos todos, incluso los médicos, a excepción de quienes estamos inmersos en este ámbito.

Institucional de la Noche de los Museos 2019

C. C: ¿Puede mencionar algún ejemplo de esa marginación?

C. D: Me ha tocado trasladar pacientes a hospitales generales y es un todo un padecimiento porque el paciente, en lugar de ser tratado acorde a su malestar, se lo mantiene en lugares de tránsito para no ingresarlo en las salas. Los traslados siempre fueron complicados, pero por suerte muchas cosas podían resolverse dentro de la institución. En la exposición también hay elementos relacionados con esa asistencia que se prestaba dentro del Borda: oftalmología, odontología —tenemos un torno a pedal que es de 1870— y otras disciplinas que demuestran que se asistía a los internos desde los comienzos.

C. C: ¿El hospital recibía o recibe tanto a mujeres como hombres para internación?

C. D: El Borda es un hospital de hombres. En un momento, en los años 60, hubo internación mixta, era un servicio de técnicas más modernas. En general las mujeres eran más tuteladas y protegidas, pero aun hoy muchos profesionales no saben que existió un servicio de internación para mujeres. En una de las vitrinas exhibimos los antiguos espéculos de metal y los visitantes se preguntan por qué están ahí. Yo tuve la suerte de participar de ese servicio de terapia a corto plazo, fue una experiencia muy rica que no volví a repetir y que todavía puedo contar a pesar del tiempo trascurrido. Sin embargo, el servicio no prosperó, quizás por las complicaciones que tenía el personal para controlar las interacciones entre los hombres y las mujeres.

C. C: ¿Y cómo han sido los tratamientos de los pacientes?

El hospital ha sido muy permeable a los cambios y muchas de las críticas que se formulan hoy en día no tienen justificativo porque la internación es mínima.  Podían llegar a tener justificación antes de la llegada de los psicofármacos, que cambiaron el paradigma del tratamiento de la locura en sus etapas más agudas, más agitadas. En aquel momento el hospital llegó a tener más de seis mil pacientes internados, mientras que ahora solo tiene quinientos. En su tiempo era una institución en la que la disciplina era muy importante porque se trataba con una población de comportamientos súbitos inesperados, cuando no había psicofármacos no se podía hacer un tratamiento que calmase al sujeto y le permitiese tener un comportamiento social predecible, por decirlo de alguna manera.

Libertad Pichinini

C. C: ¿Qué es, entonces, la locura?

C. D: Es una afectación que al sujeto lo perturba en las relaciones consigo mismo y con el medioambiente. La locura entra en el terreno de la medicina justamente porque estos comportamientos que podían llegar a ser delictivos, además de antisociales, estaban acompañados de procesos de desintegración de la subjetividad, es decir, había sufrimiento, dolor, y eso inexplicable que le ocurría al sujeto y de lo que este no era consciente.

C. C: ¿Cuál es la proyección del Museo Borda?

M. T: El museo todavía está en construcción, falta realizar nuevas salas e incorporar objetos y temáticas a los recorridos, además de algunos textos y gráficas. Hoy está Carlos para completar lo que falta, pero hay que terminarlo para que el museo pueda comunicar por sí solo a través de esas gráficas, textos y objetos, a través de lo material, las historias de quienes estuvieron internados aquí. El visitante se tiene que ir con una idea de cómo funcionaba todo y de lo que implica padecer una enfermedad mental; eso, el contenido inmaterial, lo transmiten las visitas guiadas. También pensamos prácticas profesionales o talleres. Desde lo edilicio, hay que realizar la puesta en valor del edificio del laboratorio para su futuro uso, pero nos falta presupuesto; venimos presentándonos a becas y mecenazgos, pero hasta ahora no hemos conseguimos nada. Quisiera agregar que el Museo Borda debe ser uno de los pocos museos de América Latina, sino el único, que aborda la locura desde lo histórico.

Patricia Ortiz
Corrección: Ailen Hernández 

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