La locura: una experiencia médica, jurídica e institucional, un libro del doctor Luis Jaramillo

La locura: una experiencia médica, jurídica e institucional, un libro del doctor Luis Jaramillo

Entrevista al  doctor Luis Orlando Jaramillo, ex médico y coordinador del Hospital José T. Borda En su libro, el autor  propone reformular la situación de los neuropsiquiátricos a través del desarrollo de las instituciones y de las funciones que cumplen los profesionales.

—¿Cómo surge la idea de escribir el libro La locura: una experiencia médica, jurídica e institucional?

—Después de haber paseado tantos años por hospitales psiquiátricos,  surge de una necesidad de «decir» lo que experimenté como  empleado público en el Hospital Borda. Surge de la necesidad de «decir» lo que vi cotidianamente. Reconozco que en sus comienzos, la vida en el Borda preocupa demasiado y luego se transforma en «cosa normal» gracias a lo institucional y al devenir histórico. Escribí este libro tomando una posición ideológica que plantea cuestiones políticas y propone una forma de reformular la situación de los hospitales psiquiátricos.

—¿Cuál es el objetivo del libro?

—Que no quede como normal lo que uno veía como anormal, que no está dicho en el sentido de la locura sino del desarrollo de las instituciones y de las funciones que cumplen los profesionales.

—¿Cuándo nace la Psiquiatría?

—En el libro planteo un recorrido por la historia del manicomio, cómo nace la Psiquiatría, cómo el médico está al frente de estas instituciones y se va transformando en experto de la salud mental de la gente. En 1650 comienza la institucionalización de los encierros. La psiquiatría francesa o alemana indicaba quienes debían estar en esos lugares; lo que los parisinos no querían ver lo encerraban. Foucault decía que esa selección se extendía a los pobres, a los marginales, a los artistas, a los artesanos, ¡también había prostitutas, minusválidos!

—¿Quién determinaba el encierro?

—El inicio histórico del «encierro» lo dio el rey de Francia, es decir, lo determinaba el Estado. Con el advenimiento del Iluminismo, de la Reforma, se transforma en algo más humanista y el médico va tomando su lugar. En 1793, el «padre de la Psiquiatría», Philippe Pinel, entra en el Salpetriere y en el Bicetre, que eran hospitales donde los pacientes permanecían atados, con cadenas, en distintos lugares de los sótanos. Pinel trabajó en un nuevo enfoque y, como consecuencia de su pensamiento y de su obra, surgió un nuevo manejo de los enfermos mentales que él denominó “tratamiento moral”.

—¿Fue un tratamiento más humano?

—Sí. Este humanismo psiquiátrico tiene raíces religiosas  y adhiere a una actitud de comprensión hacia seres humanos doblegados o humillados, en vez de rechazarlos en nombre del miedo. Pinel decide liberarlos, no en forma filosófica, sino que los deja caminar y no los ata. Así comienza un nuevo enfoque que deja lugar a la charla de los cuidadores con los enfermos.

—¿Hasta ese momento no había relación paciente-médico?

—¡Exactamente! El médico era como un dios, ubicado en un lugar tipo panóptico, del cual no bajaba y se limitaba a observar a una gran cantidad de pacientes. A fines del siglo xix, Jean Étienne Dominique Esquirol, alumno de Pinel, estaba convencido de que la locura no afectaba total e irremediablemente la razón del paciente y propone lugares más abiertos. En 1805 se hablaba de pasiones, ¿qué era la locura, sino un choque violento? A esa pasión descontrolada había que oponer una pasión de fuerza.

—¿En qué consistía?

—Había que mantener la legalidad, la moral, y el médico era el que mantenía todos estos roles. El médico estaba en un lugar muy alto,  abajo, los cuidadores y los locos. Esta pirámide de poder se va instalando en la formación histórica de la institución psiquiátrica. Hubo mucha gente que recibió tortura y otros no; no se respetaban los derechos.

—¿Se conocía el origen de la locura?

—Casi entrado el siglo xx se fue buscando el origen somático a través de una psiquiatría que no se preocupaba por lo psíquico sino por lo físico. En Europa se desarrolló la búsqueda de una psiquiatría académica.  La teoría de Valentin Magnan o de B.A. Morel hablaba de la relación entre el tamaño de cráneo y las patologías que presentaban, por ejemplo, los delincuentes y los locos. Era una continuación del pensamiento biologista: encontrando lo biológico, se encontraba lo psicológico… y se curaba.

—¿Se relacionaba también la fealdad con la maldad?

—Sí, y bondad con belleza. El siglo xviii se caracterizaba por la inmovilización de violentos, las duchas frías, la amenaza del chaleco de fuerza, los purgantes, que convertían al paciente en un objeto y no en sujeto. El loco tenía algo que estaba por fuera de la razón, de toda normalidad y fuera de todo proceso de distribución, no solo de la sociedad sino de la familia. Una familia que tuviese a un integrante con características «anormales» no podía convivir con él. En 1960, en Estados Unidos, Kennedy inició una reforma y los hospitales fueron creciendo; llegaron a tener diez mil camas. En Buenos Aires, el  Borda y el Moyano llegaron a tener cuatro mil camas cada uno.

Mucha gente que no quería ver al feo, al molesto, al loco, al diferente posibilitaba el aumento de los neuropsiquiátricos. En 1838 el mismo Esquirol, cuarenta años después de haber  iniciado el trabajo con Spinel, sacó la primera ley francesa de salud mental, que es la misma Ley Nacional  22.914 que hoy tenemos en Argentina.

—¿Cuáles eran los puntos más destacados de la ley?

—Hablaba de restricciones, del problema de la peligrosidad. El médico comenzó a tener un lugar; el director, otro. La ley le dio una  responsabilidad a cada uno.

—¿Comenzaron a cambiar las estructuras rígidas?

—No. Ninguno de estos médicos quiso sacar a la Psiquiatría de ese contexto legal e institucional que  ya existía. En primer lugar, esta ley se  funda en un pensamiento filosófico de encierro; por otro lado, en un marco de legalidad con resoluciones y leyes para darle un contexto legal que venía del fundado en el siglo xix.

—¿Dónde fue a parar el paciente?

—Se busca el origen biológico, pero se fracasa. Aparece el movimiento  psicologista de Freud, en el siglo xx, que no es destructivo; por el contrario, tenía en cuenta otros aspectos. Para Foucault, Freud se basaba en otro punto de vista que se enfrentaba con el procedimiento médico y que luego incorporó a éste.  Los locos siguieron encerrados, restringidos, por más que los movimientos psicologistas planteaban que no.  Así entramos en el siglo xx: con exclusión prolongada, sin  tratamiento, sin contacto familiar;  las voces fueron acalladas.

—¿Tiene una definición para la locura?

—No se puede definir en una frase. Es lo contrario de salud, pero hacemos una  contraposición; razón sin razón: todo lo razonable es bueno, lo irrazonable es malo. Así creamos una vía de exclusión; la locura es una enfermedad. Los griegos decían que era un problema físico, no religioso. Si alguien tenía un delirio, era porque el cuerpo fallaba. En la Edad Media, esta definición cae, pero luego se reincorpora. Actualmente decimos que algo falla, el cerebro se desvía, hay una desviación moral en la salud, o alguien que se altera.

—¿La depresión puede llevar  a la locura?

—Un cáncer, una separación, pueden provocar un estado depresivo.   El setenta por ciento del cáncer de mama o el mal de Parkinson debutan con depresión. Hay otras neurosis, como enfermedades psíquicas menores, que desembocan en depresión. El pensamiento inhibido puede llegar a producir depresiones.

—¿Cómo es la vida en un neuropsiquiátrico?

—De la peor manera que alguien pueda imaginar. Los locos tienen cercenados todos sus derechos. Un jefe de servicio maneja privilegios, castigos; aun cuando haya emprendimientos de profesionales de psicólogos, de artistas que intentan producir cambios  por medio de movimientos que tienden a enfrentar la lógica del encierro de la locura.  No hay respuestas.

—¿A qué se debe la falta de respuestas?

—Hoy tenemos políticas que no organizan. El paciente que tiene un  problema mental  tiene doble problema, doble encierro, es decir, llega con su problema y agrega el del Estado, que es el manicomio mismo. No solamente debe enfrentarse a sí mismo, lo hace con la institución, que significa jueces que inhiben bienes y derechos.  Y luego llega la cadena científica y la sociedad. La familia tiene miedo, temor y vergüenza por esa locura: es real. La familia y la sociedad se lo sacan de encima y el Estado lo tiene organizado; la mayoría está de acuerdo con el juez que interna.

—¿Por cuánto tiempo?

—No hay tiempo; se da una orden de restricción que no tiene fin. Por cuestiones de seguridad, puede estar internado eternamente.

—¿En qué casos?

—En las depresiones suicidas, por ejemplo. Si el médico ve que acciona contra sí mismo o contra otro, lo interna. En cuadros epilépticos o maníacos son de extrema peligrosidad.

—¿Cuál es la mejor alternativa?

—En muchos casos, los cuadros deberían tratarse con terapia y con

medicamentos. Y luego deberían dejar el lugar. Incluir tratamiento sobre el grupo de contacto inmediato es una forma de mantenerlo dentro del contexto de la sociedad.

—¿Cómo llega a la Psiquiatría?

—Siempre me interesó la Psicología. Mi madre me hizo repensar la carrera. En la época del proceso, hablar de psicología era hablar de una conexión con la subversión. Al poco tiempo de recibirme de médico, administré una obra social y luego hice psiquiatría, porque pensé que tenía un hueco en mi historia personal. Me interesaba estudiar la psiquis y así entré al Borda, donde me di cuenta que una cosa era lo que pensaba y otra lo que experimenté: la desidia es moneda común. No es un problema médico, es un problema de pensamiento el creer que la locura debe esconderse.

—¿Cuál es su postura actual?

—Debemos derrotar ese pensamiento de doscientos años. En 1950 y 1960 hubo intentos que fueron ligados al proceso político; se consideraba de izquierda. Si bien mi discurso no era político, era anti institucional y chocaba contra la organización del sistema. Mi postura no intenta romper, sino que quiere modificar.

—¿Piensa que los neuropsiquiátricos deben desaparecer?

—No. Creo que hay que modificar el pensamiento y llegar a un nuevo paradigma. La represión, el ocultamiento, el privar de derechos civiles o humanos no es la mejor de las variables. Si me pregunta si es conveniente cerrar el Borda para hacer viviendas, digo que no.  Pero si la consecuencia de una modificación de las conductas significa  cambiar por otro tipo de dispositivo; la respuesta es sí. Por otra parte, se pueden cerrar todos los manicomios del mundo y tener un discurso “manicomiano”, de encierro. En el transcurso del proyecto, uno se da cuenta de que esto no sirve.  No podemos cerrar y luego pensar qué haremos. El concepto del encierro institucional de la locura debe ser para uno o dos de cada cien pacientes que se encierran, cuando hay riesgo de vida de él o de terceros; hoy es la primera medida que toman todos, en el privado o en el público

—En su trabajo como coordinador del equipo del Hospital Borda, ¿no pudo hacer alguna modificación?

—¡Fue imposible! Recuerdo que hicimos una reunión para plantear un servicio que debería asistir al paciente antes de ingresar, con una  internación en la casa y un seguimiento. Yo estaba como coordinador del equipo y tenía una disposición de la dirección, del consejo académico: ¡todos estaban de acuerdo! Finalmente, me encontré con el hecho de estar inhibido de salir a la calle para hacer mi trabajo. Este ejército de burócratas es la gente que impedía y sostenía la forma.

—¿Quién tiene que tirar la primera piedra?

—El político tiene que tener la idea de hacerlo, pero en realidad nadie habla de qué hacer con los neuropsiquiátricos. En 2001 la legislatura porteña sacó una  ley por unanimidad de sesenta legisladore:, fue la Ley de Salud Mental de la ciudad. Pasaron siete años y aún no se ha aplicado ninguna disposición. No es necesario tener la legalidad escrita; en otros países, se aplica después. Deberíamos intentar ver cómo se  articularía un tratamiento entre provincia, ciudad y nación y crear otra relación directa entre el enfermero, el enfermo, la familia…

—¿Qué sistema de salud abarcaría estas necesidades?

—La salud tiene que ser socialista. Inglaterra la tiene. El sistema debe intervenir hasta el final. Tenemos que plantear una salud social y un concepto de Estado: lo privado no puede manejar la salud. El hospital es un lugar de enfermedad y no de salud. Los conceptos se organizan de acuerdo con la oferta  y la red de servicio no llega al corazón del enfermo, independientemente del modelo político.

—¿Qué sintió cuando terminó el libro?

—Al principio me resistía y no quería publicarlo. Lo presenté hace un año, y sentí que fue un nacimiento que le dio más fuerza a mi discurso. Sigo siendo psiquiatra, y cuando dejé el Hospital Borda entendí que, si me quedaba con esa contradicción, no era yo. Estoy tranquilo y puedo defender lo que pienso.

—¿Cuál era la contradicción?

En Argentores di una conferencia sobre este tema. En esa época, el Estado me pagaba como médico del Hospital Borda, hoy no lo hace. Puedo atacar históricamente a la defensa que realiza de la estructura del capitalismo. La crisis sobrevino cuando estaba en el medio y hoy estoy en una postura de crear un debate que proyecte a un discurso que no es antipsiquiátrico, pero está inmerso. No es contradictorio; es una cuestión ecléctica de tomar cada cosa. Este decir es suficiente y me sirve para abrir.

—¿Cuál fue el primer beneficio que le  dio la Psiquiatría?

—Aprender a pensar. El día que empecé a estudiar Psiquiatría empecé a estudiar sobre la base del biologismo; era ultra biológico, hasta que me encontré con un filósofo que decía todo lo contrario y me di cuenta de que había otro discurso antimédico, como lo es la antipsiquiatría,  hecho por médicos.

—¿Qué hace cuando se siente encerrado?

—El análisis ayuda a pensar, a reflexionar, a decir. Pero decir convencido, con una estructura de pensamiento, no es decir por decir; si voy a atacar o defender  un sistema, debo saber por qué lo hago. Lo que me implicó leer a Foucault fue darme cuenta de que había una gran hipocresía en ese momento, en los años sesenta. Tenía que dejar ese lugar para no sentirme tan hipócrita. Si hablamos de encierro, el hecho de tener un titulo, de tener esto o aquello o de pertenecer, en lugar de abrir, encierra más en un discurso.

—¿Cómo es Luis Jaramillo?

Soy un gran resolvedor de problemas. Me gusta ejecutar, gestionar, crear, organizar… hacer un seguimiento de las cosas. Si empiezo una cosa y no la termino, a la larga me daña. Hay cientos de ideas que uno empieza y no ven un fin. El pensamiento en acción significa pensar y tener una acción para aliviar ese pensamiento. La psicosis es un pensamiento dañado. Para que no se vuelque en contra, hay que darle una salida al pensamiento.

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4 Comentarios

  1. Ricky - 11/03/2011

    Perseverante, solidario, con muchos defectos tambien.Quien no los tiene?????

    Al rencor hay que escupirlo en la cara, es de hombre.Al agradecimiento, en cambio, se lo lleva en el corazon.

  2. luisito - 13/09/2010

    Luis, tocayo, te acordás de mí??? Ahora me enteré que estás tomando prestadas cosas que no son tuyas… ahí en tu trabajito de auditor o ahora medio puntero que sos…
    Cómo cambiaste hermano!!! Se te fue toda la romántica de aquellos años… peronista, radical, zurdo, ahora peronista de nuevo… Tu única ideología es la plata. Aceptalo!!!

  3. Carolina - 03/03/2010

    Hola, estoy tratando de contactar al Dr. Jaramillo. Lo conozco hace muchos años y hemos perdido contacto a lo largo del tiempo. Quisiera volver a contactarlo.

    Agradeceria cualquier información.

    Atentamente

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