La Revolución de Mayo y nuestra reconstrucción republicana

La Revolución de Mayo y nuestra reconstrucción republicana

La Semana de Mayo tiene dos días trascendentales, el Cabildo Abierto del 22 y la asunción de la Primera Junta del 25.  Ricardo de Titto, reconocido historiador y colaborador de “Caminos Culturales”, reflexiona en  esta nota: ¿qué celebramos en esta fecha ineludible de nuestra historia?

¿América hispana tenía un futuro escrito previamente?

Al principio de la colonización y durante dos siglos y medio hubo tres reinos o virreinatos: el asentado en México, el de Lima, Perú, y el portugués en el Brasil. Luego se agregaron dos virreinatos más, el de Nueva Granada y el del Río de la Plata. Hoy, en ese mismo territorio la CELAC –Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños—reúne 33 países. “La formación de la identidad –subraya Chiaramonte– ha producido la mágica reconversión de que el término los hombres de la Independencia “hablen” como americanos y que nosotros los “escuchemos” como mexicanos, venezolanos, peruanos, chilenos o argentinos.” Se han convertido en definiciones lo que eran indefiniciones del curso histórico y la conversión de un devenir abierto, en un final ineluctable. Así se refiere al pasado por lo que terminó siendo: la formación de más de treinta repúblicas centro y sudamericanas estaba, así, “predeterminado” por no se sabe qué destino manifiesto de nacionalidad e identidad subyacente aldemiurgo misterioso, como si se tratara de una vaporosa alma americana que ordena todos los elementos preexistentes.

No es así. Las repúblicas son una construcción. Venezuela, Colombia y Ecuador son tres naciones que en algún período fueron una –incluso constitucionalmente–. En Centroamérica, una Asamblea Constituyente de las Provincias Unidas del Centro de América, de noviembre de 1824 originó la República Federal de Centroamérica, un Estado-nación que incluía a cinco estados actuales, los de Nicaragua, Honduras, Guatemala, El Salvador y Costa Rica (Panamá era parte de Colombia y Belice una colonia británica) que perduró hasta 1839 incluyendo un tiempo también a un sexto estado, Los Altos, en los territorios del occidente de Guatemala y parte del actual territorio del Estado mexicano de Chiapas. El Virreinato del Plata reunía a territorios que hoy configuran cuatro países diferentes además de una parte del actual Chile.

Analizar los hechos y procesos desde sus resultados es entonces sencillo pero engañoso y no prepara a sus intérpretes para un futuro trabajoso y, por supuesto y por naturaleza, completamente imprevisto. ¿Existirá la “Argentina”, tal y como es hoy en el futuro… aventuremos, por ejemplo, durante todo el siglo XXI? Nada indica que ese futuro esté asegurado por más que hoy, en un mundo completamente globalizado, existan comunidades, estados y burguesías “nacionales” que le otorguen propiedad (de hecho, el principal capitalista “argentino” opera en la bolsa de Nueva York, tiene su centro operativo en Río de Janeiro y vive en Punta del Este). Y ya que la nombramos, otra pregunta osada: ¿Tiene “razón de ser”, como una entidad definida, el Estado Oriental –en el que muchos “argentinos” encuentran ahora refugio como pequeña “patria” rioplatense–, nacido de entretelones e intereses diplomáticos, comerciales y financieros en un escenario completamente distinto que el actual? Por fin, las migraciones regionales que “bolivianizan” zonas enteras de la actual argentina –tanto en Buenos Aires como en Salta o el Chubut– y cuyos hijos son educados en nuestras escuelas entonando un himno que les es, en principio, ajeno… ¿deberán integrarse necesariamente a la sociedad blanquiceleste y olvidar su plurinacionalidad y su bandera wiphala? Más aún y yendo hacia un tema controversial pero de suma actualidad: ¿Acaso la “cuestión mapuche” –como la de otros pueblos aborígenes, los qom entre ellos– encontrará alguna solución en un estricto e improbable nuevo acuerdo de límites “argentino-chileno” que no contenga a la Araucanía como una entidad de corte nacional? ¿Qué será, además, de las zonas “argentinas” en que ya se ha impuesto el portuñol como lengua de convivencia y aquellas otras zonas en que la identidad la brinda el guaraní?

La crisis política y decadencia que abruma a buena parte de la sociedad argentina abre legítimos interrogantes a futuro sobre la “fuerza” de nuestra identidad histórica y los tiempos de la historia no se suplen con discursos chauvinistas o adjudicaciones y apropiaciones indebidas del pasado. De hecho, toda la “historia argentina” de tipo escolar –e incluso universitaria– falla por completo al no estudiarse desde una perspectiva, como mínimo regional: 300 años de pertenencia al Virreinato del Perú, cuyo centro político coincidió con el anterior del Tahuantisuyu incaico y el resto de las diversas culturas de la América prehispánica, parecen siempre evaporarse de la historia “argentina”. Pero, aunque se lo ha intentado con esmero es imposible invisibilizarlas… y regresan.

“Nuestra” historia está catalizada por la inmigración euroasiática  -en particular, mediterránea– y, luego, por poblaciones americanas, como ahora mismo nutrida imprevistamente por miles de venezolanos.  Si estamos aún en la movediza etapa del capitalismo imperialista y sus “estados nacionales” pero con capitales gaseosos y multinacionales los tiempos de la historia –cada vez más veloces– nos alertan que nadie tiene comprado el futuro. Fuimos –perdón por el permiso– “españoles”, luego, “americanos”, después, de unas informes “Provincias Unidas” –provincias a las que se conocía como “patrias” basadas en los antiguos cabildos – y, desde 1853 –o, en rigor desde 1880– “argentinos”. Y, además, no todos. La mayoría de la inmigración angloparlante o germana que arribó durante el siglo XIX, por ejemplo, era reacia a tomar carta de ciudadanía argentina y, los primeros, se consideraban súbditos de Su Majestad Británica exigiendo un trato especial por su condición, tal el caso de los galeses de la Patagonia.

Entonces… ¿qué debemos conmemorar?

El historiador británico James Joll señaló alguna vez que “toda historia es historia contemporánea”, es decir que los hechos del pasado adquieren sentido en el contexto presente en que esos hechos son analizados, de modo que siempre debemos aceptar que hay nuevas claves de interpretación y que en el futuro habrá otras nuevas, que nuestro saber es siempre provisorio y cambia y se enriquece con otras perspectivas.

Como he planteado en una columna en el diario Clarín, “en momentos en que la inmediatez domina los tiempos políticos, reafirmar esta perspectiva nos permite comprender que los grandes cambios políticos y sociales son siempre consecuencia de múltiples causas y procesos complejos, nacionales, regionales y mundiales, que incluyen tanto gloriosas revoluciones como reformas pausadas, avances y retrocesos, acuerdos y disputas, adaptaciones y cambios y, sobre todo y en ese marco, la maduración de una dirigencia política que, por lo general, es tarea de más de una generación”.

Pero 1810 es un punto de arranque indudable de nuestra construcción republicana, ya que esta región del continente, desde Tucumán hacia el sur – es la única –junto con los Estados Unidos y, casi, de todo el mundo– que jamás retornó a gobiernos monárquicos luego de su primer grito de libertad,  territorio después “argentino”, que, junto con el Paraguay nunca fue recuperado por la contrarrevolución de los monárquicos españoles o portugueses. Y ese punto de inicio –que se encadena con el armamento popular logrado en las invasiones inglesas y con el posterior derrocamiento de Sobremonte y la elección del virrey Liniers que preanunciaron la revolución ya en 1807 y 1808– se convirtió en guerra continental, en la Banda Oriental (después, Uruguay), el Alto Perú (después, Bolivia) y la campaña sanmartiniana e independentista hacia Chile y Perú que culmina allí entre 1821 y 1824.

De todo lo precedente concluimos que “la Argentina”, con su perfil actualmente reconocido, existe, en realidad, desde 1888, año en que el sanjuanino impertinente –me refiero a Sarmiento, claro, que se reconocía como un “hijo de Mayo” porque nació en 1811– pone fin a sus constructivas imprecaciones muriendo en el Paraguay. Ya en pleno “roquismo” podría tomarse esa fecha como correcta aunque también caratulada de hora antojadiza y pasajera. Solo dos años después de la muerte del sanjuanino, la revolución del 90 –con la impronta sarmientina sin duda– clamaría por democracia efectiva que recién se hará efectiva con la ley Sáenz Peña de 1914… Pero las mujeres no votan sino hasta 1951… ¿sería esa la fecha de origen de la democracia republicana? Podría ser. Pero es inevitable –hablamos de construcción de la República– mencionar los males y enfermedades sufridos durante cinco décadas de dictaduras que barrieron con la constitución de forma reiterada. Arribamos así a 1983 como el último mojón en que, por fin, el sistema democrático-republicano tiene en realidad vigencia y continuidad, por lo menos hasta ahora, durante casi cuarenta años.

La historia sin fin que construimos y deconstruimos y destruimos cada día –de eso sabemos mucho, sin duda–  es esa. Nuestra identidad es una trabajosa construcción con rasgos más dramáticos que felices.  Y cuando recordamos con emoción la gesta de Mayo de 1810, para ser realistas, debemos rehacer aquel grito renovándolo: ¡Que viva la Revolución de Mayo, claro!, pero… ¡¡que viva y reviva!!.. ¿La Patria? ¿Cuál? Sí, esa diversidad, plural y dinámica que millones anhelamos construir con sentido americano y cosmopolita.

La realidad tiene una única verdad y esa verdad es el futuro. ¡Qué viva la patria!, es un compromiso moral, social y político por conquistar un futuro de promisión y ahí es donde Mayo adquiere sentido, en la idea de dar vida a una causa popular comprometida y movilizadora de lo mejor de nosotros. Como lo hicieron, con sus matices, los Saavedra y los Moreno, los Castelli y los Belgrano, los Larrea y los Azcuénaga, los Funes y los Gorriti, los Artigas y los Rondeau, las Mariquitas Sánchez y las Remedios de Escalada. Como en aquella gloriosa revolución y la consiguiente guerra, que los conceptos de libertad, igualdad, democracia, austeridad, transparencia y república, más que puntos de partida, sean, nuevamente, renovados puntos de llegada. Entonces sí, latirá con fuerza el inveterado “espíritu de Mayo”…

Por Ricardo de Titto
Especial para Caminos Culturales
Crédito fotográfico: Caminos Culturales

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