La batalla de Ayacucho y la unidad americana

La batalla de Ayacucho y la unidad americana

La última nota, especial para “Caminos Culturales”, giró en torno del combate de Suipacha, primer triunfo de las armas revolucionarias e independentistas de las primeras fuerzas rioplatenses, en tierras de Tupiza de la actual Bolivia. Con nombres cuyos sonidos remiten a fonemas ancestrales, el primer triunfo de las armas ya “americanas”, es el logrado en los llanos de la cuesta de Chacabuco, en territorio chileno, por el “binacional” Ejército de los Andes. La que cierra esa campaña continental es, por fin, la batalla de Ayacucho, librada en la pampa de la Quinua, actual provincia de Huamanga del sur del antiguo Perú, que abrió paso a poner fin a la resistencia del último bastión realista, en el Alto Perú, la actual Bolivia. En ella, fuerzas combinadas de Perú, Colombia, Venezuela y otros contingentes que se reunieron en el “Ejército Unido Libertador” derrotaron al último bastión del “Ejército Real del Perú” que era superior en número y muy superior en fuerzas de artillería. La gran estrategia del Mariscal Antonio José de Sucre permitió una victoria en toda la línea provocando 1800 muertos, unos 700 heridos y tomando entre 2000 y 3000 prisioneros sufriendo, por su parte, “apenas” poco más de 300 muertos y 600 heridos. (Revise los números y verá el tamaño horrible de las bajas totales que costó la independencia.) La capitulación de Ayacucho pondrá definitivo fin a la resistencia de las tropas del Virreinato del Perú. Los realistas sólo mantendrán en adelante unos pocos focos en el sur araucano-chileno.

Repasemos las fechas; parece que la temporada de primavera-verano sentaba bien a los patriotas americanos. El primero de los combates –recordar el repetido uso del sonido de la “ch”, un fonema común a varios pueblos indoamericanos– sucedió el 7 de noviembre de 1810, el segundo –promediando exactamente la lucha– el 12 de febrero de 1817 y el último, el 9 de diciembre de 1824. En esta trilogía Suipacha-Chacabuco-Ayacucho se entretejen casi quince años de guerra continental con decenas de batallas en mar y tierra, como los triunfos patriotas en Curapaligüe, Maipo, Riobamba, Junín y Boyacá y las graves derrotas sufridas en Sipe-Sipe y Huaqui, en el que miles de americanos movilizados por la causa dejaron su vida, su familia, sus terruños, y se militarizaron en defensa de sus “patrias” construyendo nuevas naciones que, a la postre, darán forma a los nueve países sudamericanos que son hispanoparlantes: todos los “cordilleranos” (Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Chile), más los rioplatenses (Paraguay, Uruguay y la Argentina).

Aquel proceso marcó a fuego la impronta de héroes político-militares y algunas figuras liminares sobresalieron escribiendo sus nombres en la historia universal, tales los casos de los Libertadores, José de San Martín y Simón Bolívar, sus principales lugartenientes y oficiales, como Bernardo O’Higgins, Juan Gregorio de Las Heras, el oficial de los granaderos a caballo, Juan Lavalle –que llegó a pelear en Ecuador–, Antonio de Arenales y el triunfador de Ayacucho Antonio José de Sucre a quienes debe sumarse el pote de los “guerrilleros” como Juana Azurduy y su marido Manuel Ascencio Padilla de las republiquetas altoperuanas, el salteño Martín Miguel de Güemes, el oriental José Artigas y el chileno Manuel Rodríguez. Lista que comprende también políticos de la talla de Bernardo de Monteagudo, médicos como Cosme Argerich y Diego (James) Paroissien y marinos intrépidos como Guillermo Brown, Hipólito Bouchard y Thomas Cochrane que actuaron, incluso como corsarios, sobre todo en las aguas del Pacífico. Algunos de ellos, de origen francés o británico, se convertirán en “hijos adoptivos” de la causa americana antimonárquica, democrática y republicana.

La batalla de Ayacucho y la unidad americana

Pero la huella de los Libertadores no es solo política y militar. Así como San Martín donó su voluminosa biblioteca al fundar la de Lima debe apuntarse –como lo hace García Márquez en “El general en su laberinto”– que Bolívar también se trasladaba con baúles de libros itinerantes y que tenía una selección de textos de los que jamás se desprendía. Ambos, organizados en logias masónicas en Europa como los “Caballeros racionales”, juraron pelear por la independencia americana sin desmayo y cumplieron su compromiso. El norteño intentó luego dar forma a estructuras federativas y supranacionales como la Gran Colombia (que reunía a las tres regiones con actuales banderas amarillas-azules y rojas) y la federación de estados americanos que promovió en el Congreso Anfictiónico –que invocó la democracia griega– celebrado en Panamá en 1826 y que reunió a la Gran Colombia, México, Perú y la República Federal Centroamericana. Mientras las Provincias Unidas, Chile y Brasil fueron indiferentes, el Paraguay no fue invitado, se afirma que los Estados Unidos –como Bolivia– “no llegaron a tiempo”. El proyecto bolivariano murió así, prácticamente, apenas esbozadas sus primeras líneas.

De cualquier modo, la independencia americana comenzaba ya a escribir sus trazos gruesos y la etapa de la formación de los estados nacionales modernos y las constituciones republicanas abría una nueva senda para el continente, con el brillo del espíritu iluminista y sin fronteras que los fraguaba. Como dijo don José: “Las bibliotecas, destinadas a la educación universal, son más poderosas que nuestros ejércitos para sostener la independencia”.

Las agresiones externas merecieron respuestas comunes, así con la resistencia popular a la invasión francesa a México como con el Congreso Americano de Lima de 1864 que deliberó para repudiar la injerencia de potencias extranjeras. En él, y desoyendo a su presidente, participó nuestro embajador Domingo F. Sarmiento, el mismo que años antes había planteado la isla de Martín García –a la que genialmente denominó “Argirópolis”, ciudad de la Plata– como capital de los “Estados Unidos del Sur”, una federación de la Argentina, Paraguay y Uruguay. Su nombre se une así con el de otros legendarios prohombres de las nacionalidades del siglo como Benito Juárez y el cubano José Martí, quien comienza su maravillosa Nuestra América advirtiendo: “Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea y, con tal que él quede de alcalde o le mortifique al rival que le quitó la novia o le crezcan en la alcancía los ahorros ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas”.[i]

Promediando el siglo XX, la revolución cubana y el congreso de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) de 1967, animada por Castro, Salvador Allende y la izquierda regional se plantearon el objetivo de plasmar los Estados Unidos Socialistas de América, perspectiva que recibía impulso, a la par, en el “boom de la literatura latinoamericana” que, de la mano de Rulfo, García Márquez, Amado, Scorza, Vargas Llosa, Fuentes, Cortázar, Carpentier, Lispector, Roa Bastos, Puig entre otros, elevó a la consideración mundial un territorio fértil de realismo mágico, denuncias políticas, ficción histórica y utopías sociales. Son las épocas en que César Isella le daba letra a Mercedes Sosa y a las guitarreadas estudiantiles con “Canción con todos”: “Canta conmigo canta, hermano americano, libera tu esperanza con un grito en la voz…”. Nuevamente, unidad americana y cultura en común se dan la mano. La primera edición del gran libro de esta serie, Cien años de soledad, fue escrito por un venezolano… y publicado en 1967 en Buenos Aires. La “Canción con todos” de 1969, por su lado, escrita por un salteño tiene versiones en muy diversos rincones del continente desde Chile a México, a tal punto que se ha convertido, como dice Wikipedia, “en una suerte de himno oficial americano: en 2014 el presidente de Ecuador Rafael Correa la propuso como himno de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur).

La batalla de Ayacucho y la unidad americana

En el presente, el escenario latinoamericano es complejo y por demás cambiante aunque parece encerrado en los límites de un círculo vicioso, con olas de gobierno de “izquierda” –a los que suelen identificar con el “populismo”– que revierten en olas de gobiernos de “derecha” –o neoliberales–, dos definiciones viejas y que, en realidad, no describen en absoluto a “modelos” supuestamente diferentes. Lo cierto es que –motivada por la marginalidad creciente, la pobreza, y la corrupción–, en buena parte de la población latinoamericana crece el descreimiento en las instituciones. Esa decadencia resulta buen pasto para la aparición de líderes mesiánicos que, con el argumento de combatir las castas corruptas de la “partidocracia”, prometen un nuevo reino basado en la “libertad” aunque esa bandera disimule viejas recetas ya probadas en tiempos de dictaduras.

Resulta entonces que faltando dos años nada más para que se cumpla el bicentenario de Ayacucho, por una coincidencia religioso-turística, el 8 es el día de la virgen María y el 9 queda, en consecuencia, como un “feriado puente”. Pero resulta, a la vez, que el 9 de diciembre es la fecha más importante de la historia de Latinoamérica. La batalla de Ayacucho, por ejemplo, es causa de la existencia misma de Bolivia –nombre bolivariano si lo hay– y su capital Sucre –Chuquisaca cambia su nombre en 1839– testimonios vivos de la trascendencia de aquella gesta. Respecto de San Martín, solo recordemos aquí su cercanía con el evento ya que, junto con libertar a Chile y Perú, fue el creador de la primera bandera peruana, país que lo premió con pensiones con las que afrontó su retiro y su “jubilación” en el exilio.

A solo dos años para que se cumpla el bicentenario de aquella gloriosa gesta que debe llenarnos de orgullo nos permitimos sugerir que puede ser una buena excusa para agendarla y generar conmemoraciones acordes. Ayacucho, la “Ciudad Señorial”, podría ser sede nominal de la Confederaciones americanas  para reunir voluntades y animar proyectos estratégicos revitalizando pasiones continentales en común, como aquellos sueños de verdad libertarios de San Martín y Bolívar. “¡Es hora de sembrar del Bravo a Magallanes (…) la semilla de la América nueva!”, escribió Martí, en 1891, exactamente un siglo antes de que se fundara el fallido Mercosur hoy paralizado y amenazado de disolución.

Actualizando el mensaje, decimos hoy a los políticos: ¡elevemos la mira superando intereses provincianos y anteponiendo los regionales! Problemas como el calentamiento global, el cuidado de los acuíferos y de las reservas naturales son cuestiones comunes a toda Latinoamérica y un desafío clave para la integración americana. Los problemas globales implican desafíos geoestratégicos, las potencias no deben poder posicionarse y manipular nuestras tierras como objetivos de sus disputas internacionales: la historia no espera más para plasmar una segunda y definitiva redención. Ayacucho nos convoca.

Por Ricardo de Titto –historiador-
Producción: Patricia Ortiz
Crédito fotográfico: Ezequiel Perezzini

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