El Facundo y la maratón de los Facundos convocó a lectores entusiastas de la obra de Domingo Faustino Sarmiento

El Facundo y la maratón de los Facundos convocó a lectores entusiastas de la obra de Domingo Faustino Sarmiento

A paso moderado pero sostenido, una persona puede recorrer unos mil metros en cerca de 20 minutos, de modo que una distancia de 42 kilómetros –aceptada como la extensión de una maratón clásica– implica invertir unas 14 horas de caminata firme. Curiosamente, ese es el tiempo estimado para llevar a buen puerto una “maratón” atípica, la organizada para el 7 de mayo dentro de un museo. Se trata de leer el Facundo, obra liminar de Sarmiento, a lo largo de una jornada. El desafío es recorrer –ir de forma sucesiva por distintos espacios de un mismo lugar– poco más de 70000 palabras que implican, incluyendo las pausas, cerca de medio millón de caracteres.

La lectura principia, como estaba previsto, poco antes de las 11.30 horas Noé Jitrik, decano de los estudios de la obra sarmientina en la última mitad del siglo XX y prologuista en sendas ediciones –como la que este reportero tiene en sus manos (Longseller, 2006)– toma asiento en el medio del salón que ha dispuesto sus sillas en modo de arco. A su lado, su compañera de la vida y de andanzas literarias, la escritora y feminista NildaMercado, más conocida como “Tununa”. Como anfitrionas y organizadores, Virginia Fernández, directora del Museo Histórico Sarmiento y Adriana Amante, titular de la cátedra de Literatura Argentina I B de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA –con el auspicio del Grupo de Estudios Sarmientinos del Instituto de Literatura Hispanoamericano–, ofrecen la bienvenida a los presentes y dan la señal de largada: no es una campana ni un disparo al aire sino un ajustado y lacónico “comencemos”.

Luego del maravilloso y muy famoso texto introductorio que lee el apreciado Noé –que el año pasado, con 93 de edad, recibió un doctorado honoris causa de la UBA– a las 13, han pasado ya más de una docena de lectores –sus párrafos han sido demarcados escrupulosamente– y, hacia las 13 constato que, a tener por mi versión, culminado el primer capítulo sobre un total de quince, vamos por la página 46 sobre 320. En un breve intervalo, tras la emotiva y potente lectura del tramo leído para la propia Amante, observé a Jitrik, sentado a mi lado, palmeando afectuosamente la rodilla de su compañera: ambos están felices e intercambian una tierna mueca. Contrasté con el plan previsto y constato que “estamos bien”… todo está transcurriendo de acuerdo a los tiempos estimados y los ritmos calculados y eso significa que terminaremos… cuando comience mañana. El medio día completo de maratón que falta recorrer, además de la lectura, contempla breves momentos de música, poesía y algún refrigerio con tentempié.

Circulan entre los presentes unos volantitos en díptico como programa: “Maratón de lectura del Facundo de Sarmiento”. Comienza por reproducir aquello tan poderoso de “Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte…”. En el mismo espíritu que domina la escena, el “programa” es sencillo, en papel manila: detalla las actividades previstas; reafirma –como se ha enunciado– que se proyectará un video, “Facundia. Crónica de un niño solo” de Alejo Ruiz y que compartiremos un audio, también titulado “Facundia” de Julio Schvartzman.

Renato López de la Biblioteca Franklin Imagen de C. Vertanessian

Los lectores se suceden y todo queda registrado bajo la atenta mirada de las cámaras de “El Pampero Cine” un grupo cinematográfico liderado por un histriónico Mariano Llinás, que sigue atentamente cada detalle: los camarógrafos cambian sus ubicaciones para obtener tomas diversas… y colaboran con Luis, el asistente técnico, que atento a la calidad del sonido, se acerca a acomodar el micrófono de acuerdo a la altura y el tono de voz de cada lector; en efecto, hay quienes gustan mantenerse de pie mientras otros optan por leer sentados. Los organizadores también han previsto mudar cada tanto de salón para “cambiar el aire” de todos los maratonistas. Nadie se molesta: nos trasladamos rápidamente de un auditorio longitudinal –usado también en forma radial, como al inicio– al salón central, mucho más amplio y de acústica distinta por la altura abovedada de su techo, disposición que ayuda mucho a disfrutar de la larga travesía; similar traslado que, gustosos, todos los asistentes –se van algunos, llegan nuevos para tomar la posta– reiteramos por la tarde. El clima es de gozo colectivo y gobierna una formalidad descontracturada. Casi por mitades, participan varones y mujeres, aunque, a primera vista, parece que ellas son la mayoría. Nuevos tiempos corren: por fuera del personal de seguridad no se ve ni una sola persona con traje y corbata. Por otro lado, transgrediendo una norma no enunciada y con alguna complicidad de los organizadores, cada tanto corre algún matecito… eso sí, respetando que sin otro tipo de alimento al interior del museo. Sus empleados asisten a cada detalle, varios de ellos incluso, cubren la lectura de uno de los capítulos. Un acuerdo tácito predomina: disfrutar de una jornada con algo de épica más propia de otros tiempos: las cosas no solo hay que hacerlas, también hay que hacerlas bien.

El público es por demás variado. Hay un buen núcleo de edad madura –pelos canos, calvicies pronunciadas, que traen “su” apreciado Facundo, consus antiguas y queridas ediciones –uno de los lectores comenta que la suya, de 1958, lo acompañó en la secundaria–, varias de tapa dura –incluso de cuero–, alguna con coloridas ilustraciones o dibujos pluma y, entre ellas, una miniatura que incluye también Recuerdos de provincia y que cabe en la palma de una mano. Su dueño, Diego, nos permite fotografiar esa perla que más parece un libro de misal que una novela, biografía, ensayo sociológico o libelo político (digo así porque entiendo que aún hoy nadie se atreve a caratular definitivamente en qué género incluir al Facundo). Hay también muchos jóvenes “treintañeros” y aún menores, la mayoría, según me dicen, estudiantes de la carrera de Letras. Por fin está un nutrido grupo de mediana edad. Sería difícil por lo tanto hablar de “un” público: la convocatoria ha movilizado a gente muy diversa con un denominador común, la admiración por el sanjuanino o, como mínimo, por su más famosa obra literaria un libro que obra como sorprendente y bienvenido vínculo generacional.

La inmensa mayoría entra al salón con su libro bajo el brazo –nadie “zobaquea”, claro– y acompaña la lectura con aplicada mirada. Son apenas menos de diez –cuento– los que recurren a una moderna tecnología como su celular o un Iphone. También hay quienes prefieren por momentos cerrar sus ojos y concentrarse en la audición… a riesgo cierto de echarse una cabeceada. Y, ya en la tarde entrada, entre varias decenas de lectores atentos, claramente más de una centena, allá por el fondo observo a un hombre que sigue la lectura desde una Tablet a la par que una amiga me comenta que, en sus habituales ejercicios físicos matinales y montada sobre bicicleta fija, madrugó escuchando un excelente audiotexto del Facundo, que la había motivado positivamente. El clima de fervor común se respira y en él, el libro, el papel impreso, se impone por goleada: se ven a simple vista ponderadas ediciones de la Biblioteca Ayacucho, las dos del Centro Editor, alguna de esas con tapa rojiblanca de la Biblioteca del Congreso, no falta una impresión antigua, de Sopena –el portador lo muestra orgulloso porque pertenecía a su abuelo, creo que del año 1938–, no falta una de la trabajada por Alberto Palcos –de lo mejor– y otra más reciente de Puerto de Palos. La diversidad de ediciones genera por momentos algún desconcierto: lo que se oye por los parlantes no coincide a veces, en algún párrafo o tramo, con lo que se tiene a la vista. Pero es así la realidad de un libro señero: lo mismo pasa con las infinitas versiones de Hamlet, el Poema del Mio Cid, la Divina Comedia y el Quijote. Solo que los Facundos no solo tienen una enorme variedad de ediciones sino que también admiten seguir distintos textos aceptados como “originales”. Por caso, un párrafo que describe una situación de 1830 y menciona una cifra errada que el propio Sarmiento corrige por vía de la “Fe de erratas” en el primer folletín, se mantiene sin corregir en varias de las siguientes ediciones y hasta en las mismas Obras Completas supervisadas por su nieto, hasta que Alberto Palcos, recién en 1938, pone las cosas en orden recuperando aquellas erratas ignoradas durante noventa años.

Beatriz Sarlo. Imagen de C. Vertanessian

Hay entonces Facundo y “facundos”. En efecto, en vida de Sarmiento, el texto vio cuatro ediciones, en 1845, 1851 –con importantes supresiones como las de capítulos enteros y la propia y famosa introducción–, 1868 y 1874 –con añadidos y restableciendo los tres capítulos retirados desde la segunda edición–  y el mismo Sarmiento cambió los títulos, revisó las pruebas e introdujo cambios aquí y allá, por caso, en la propia ortografía, aspecto por demás dinámico en su producción literaria. Todo ello, evitando incluir en este listado la edición realizada en los Estados Unidos con traducción de Mary Mann bajo el título Life in the Argentine Republic in the Days of the Tyrants; or, Civilization and Barbarism en 1868, fuertemente influenciada por la candidatura presidencial de su amigo cuyano.

¡Pero atención!: no se trata de un encuentro romántico con el pasado; la tecnología contemporánea no es ajena al encuentro y algunos enterados e interesados pudieron seguir la jornada desde el canal de Youtube del Museo. Así, se reciben, en simultáneo, comentarios desde Rosario, Pehuajó, Chivilcoy… y Madrid con sugerencias incluso sobre formas de tomar las imágenes para mejorar la transmisión. El “ida y vuelta” es parte del encuentro, y, aprovechando todos los recursos disponibles hoy, un canal sarmientino de whatsapp generado desde Madrid hace poco más de un año sirve para comunicar a los “televidentes” conectados. Sarmiento redivivo: textos del siglo XIX, libros del siglo XX, recursos tecnológicos del XXI… la herencia se reconstruye y moderniza para preservar y multiplicar el legado.

El proyecto de esta maratón y con las mismas ideólogas y responsables –no lo he aclarado– se había amasado antes de la pandemia y recién ahora se puede concretar. Sin embargo, las normas de prevención siguen en parte vigentes, como se constata en los criterios de ingreso al Museo: la mayoría de los asistentes persevera en el uso aún de mascarillas. Los males que azotan a la humanidad, las amenazas a su salud social, siguen vigentes, y la memoria que asocia a Sarmiento y su presidencia con el cólera y la fiebre amarilla parecen indicarnos que algunas de las alertas sarmientinas continúan en la humanidad como una “sombra terrible” y acechante.

El Facundo y la maratón de los Facundos convocó a lectores entusiastas de la obra de Domingo Faustino Sarmiento

Pasan por el micrófono personas de la cultura de renombre, entre ellas  Beatriz Sarlo, así como “perfectos desconocidos”, personas del común. Algunos leen en forma pausada y casi intimista otros gesticulan e “interpretan” los textos con ademanes, hay quienes tienen, de modo evidente, cierto dominio de la escena y sueltan sus pasiones como quienes, posiblemente, estén debutando en esto de ser lectores en voz alta y ante un público nutrido. Las y los docentes son reconocibles, exhiben su oficio. Y todos merecen el mismo respeto: como en las óperas los aplausos se reservan solo cuando termina un capítulo, que a la vez y en varios tramos, se organizan como una especie de bloque de lectores que comparten la pertenencia a algún tipo de trabajo, asociación o grupo social o profesional. De pronto, la clásica tonada cuyana aparece de la mano de un representante de la Biblioteca Franklin –actor, él, además–, la primera biblioteca popular de América Latina fundada en 1866 a instancias de don Domingo y cuya delegación ha venido a Buenos Aires invitada a la Feria del Libro. En ese mismo bloque –hacia las 21 horas y mientras se desarrolla el capítulo XI–, suma su voz otra sanjuanina, Elena, descendiente de Procesa Sarmiento, una de las hermanas del Maestro de América. Porta mi misma edición: vamos ahora por la página 200. Los tiempos están corridos apenas en unos pocos minutos. Un rato antes, en un breve interludio, Josefina Cabo ha cantado con dulzura la zamba de Carlos Guastavino “La Severa Villafañe” acompañada en guitarra por Murci Bouscayrol. Los dolores de la guerra civil del año 30 se hacen presentes; Facundo Quiroga es derrotado por Paz pero luego se repone derrotando a su vez a Lamadrid. La Severa es personaje clave de aquellos momentos del libro: ella, dice Sarmiento, “ha tenido la desgracia de excitar la concupiscencia del tirano. La Severa resiste y huye a esconder su virtud detrás del santuario, en Catamarca”. La muchacha huye y la letra de León Benarós lo cuenta: “Ese Facundo Quiroga sumió / tu vida en llanto y olvido. /—¿Dónde vas triste Severa, / Dónde con tal sentimiento? /—Voy camino a Catamarca, / a guardarme en un convento. Busca la paz la doliente / al apartarse del mundo. / Sombras le nublan el juicio / cuando allí llegó Facundo”.

Por entonces han leído ya más de 50 de los designados sobre un total de cerca de 70 invitados –escritores, historiadores, museólogos, artistas visuales, actores– a los que se suman los que se tientan y se suman de entre las personas del público presente. El número total de lectores espontáneos rozará la centena y las previsiones lo han contemplado: Eudeba se ha hecho presente con la donación de diez ejemplares por si algún desprevenido olvidó el suyo o se sumó de modo casual, seducido por la propuesta. El Facundo, está claro, no hace diferencias, es como la patria: “nadie lo es pero todos lo somos”, como diría Borges.

Tras 13 horas de maratón casi ininterrumpida –como si se tratara de avizorar ya, en la última curva, el arribo a los 42 kilómetros de los runners–, la noche avanza y comienza el domingo: el público, por lógica, ha mermado, pero no mucho. “Presente y porvenir” se titula el último capítulo que, por su mismo carácter, interpela al auditorio y mueve a la reflexión. Como para ayudar a despabilar e insuflar buenos vientos en los últimos recodos, tres investigadoras del Instituto de Literatura Hispanoamericana sorprenden al presentar algo de índole teatral: el trío se despliega ante el micrófono y mientras una lee el texto de base las otras superponen un recitado y las voces se multiplican dando forma a un verdadero “número vivo”.

El Facundo y la maratón de los Facundos convocó a lectores entusiastas de la obra de Domingo Faustino Sarmiento

Inexorablemente se llega al párrafo de cierre en el que Sarmiento, a mediados del año 45, invoca al “Manco” Paz, levantado en armas contra Rosas desde Corrientes: “¡Proteja Dios tus armas, honrado general Paz! ¡Si salvas la república, nunca hubo gloria como la tuya! (…)”. Momentos después la “función” termina y la satisfacción por la misión cumplida ilumina las sonrisas de los presentes. Hay cariños y abrazos, sentido del deber cumplido, pasiones compartidas y emociones cruzadas. Los libros se cierran. La maratón colectiva llega a la meta; a los más consecuentes los espera una demorada cena y el reparador descanso. Ya es 8 de mayo. Hace casi exactamente 177 años que un joven Sarmiento de 34 años ha comenzado a publicar la primera versión del Facundo como folletín del periódico chileno El Progreso. Era imposible prever, en aquel momento –es probable que su autor lo haya soñado– que estaba viendo la luz una obra de trascendencia histórica para la literatura y la política americana del amplio mundo de habla hispana. Intuida o no su trascendencia –quién podría afirmar o desmentir eso–, no está de más recordar la reseña que publica El Mercurio al terminar la publicación, donde se subraya: “Tenemos una idea que puede parecer contradictoria cuando acabamos de elogiar una de sus obras por su mérito histórico. Creemos que el señor Sarmiento está señalado como el escritor de la novela nuestra, a ser para los países que conoce y estudia lo Irving o Cooper para la América del otro lado del Ecuador”.  Juan María Gutiérrez, autor de este comentario que prefirió el anonimato, supo avizorar la magnitud de la obra que latía en sus manos. La posteridad ha puesto en letras de molde las breves pero contundentes proclamas de la disyuntiva entre “Civilización o barbarie” estampada en el título como la universal validez de aquella consigna grabada en la piedra que aseguraba que “las ideas no se matan”: ambas quedarán como registro indeleble de la época de formación de los Estados nacionales en el Nuevo Mundo. El Facundo será entonces el “mascarón de proa” –Sarmiento dixit– de una batalla y un proyecto político encarnado; en sus páginas están los secretos revelados.

Último registro: pocas veces he visto –excepto cuando se trata de exposiciones con figuras muy rutilantes y no era este el caso en el que las palmas se las lleva un añejo y transitado libro–, tantos “espectadores” que a la vez actúan como relatores y que, por el carácter mismo del evento. quieren tener sus propias fotografías y recuerdos. Miles de fotos se sacaron a lo largo de este viaje de catorce horas, que construyó una verdadera empresa grupal y que, como todas las cosas de este mundo, en algún momento toca a su fin. Amante, en nombre de todos, saluda y agradece; también Virginia y toda la fervorosa gente que las acompañaron en el crucero. Una pregunta me invade entonces: ¿Qué otro libro podría provocar esta maravilla, esta comunión de “argentinos” –al fin, a quien destina principalmente su obra el sanjuanino– unidos por la lectura de un libro fundacional y, sin embargo, fuertemente político y polémico? De acuerdo, sí, tal vez y en otro registro, el Martín Fierro, quizás. No es el caso aquí recrear falsas dicotomías y mejor lo dejamos ahí.

Reformulo entonces el interrogante: ¿hay en nuestras tierras otro libro que pueda encerrar la magia de un genio, la prosa de un escritor del mayor fuste –quizás el más importante de lengua hispana del siglo XIX–, las críticas de un polemista formidable y las tácticas y estrategias de un estadista? Creemos que no. Los Facundo han gloriosamente, retomado la palabra. Muchas voces, cerca de doscientas, lo han nutrido de nueva potencia, lo han traído a la vida presente: todos y cada uno nos lo llevamos encima. En breve la edición del video permitirá que todo el mundo –sí, todo el mundo como Sarmiento lo anhelaba en su mirada cosmopolita, universalista y omnipotente–, pueda ver y escuchar la filmación de la gran maratón del 7 y 8 de mayo de 2022 en Buenos Aires, y seguir así celebrando el Facundo… ahora desde la internet. Ya está disponible en “crudo” en el Canal de Youtube del Museo Histórico Sarmiento y para la película habrá que esperar porque nos promete toda la lectura… con algunas sorpresas. El protagonista, una vez más y como lo fue en la Maratón, será el texto y ninguna otra cosa, sencillamente, los Facundos, los Facundo,el Facundo.

 Ricardo de Titto 
Historiador y editor de textos 
Especial para Caminos Culturales   
Crédito fotográfico en blanco y negro: Carlos Vertanessian

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